Los restos de Fidel ya descansan en Santiago de Cuba

In Internacional
diciembre 04, 2016

Fidel Castro arribó en autobús a la Ciudad de México el 8 de julio de 1955, procedente de Veracruz, Mérida, La Habana y el presidio de la Isla de Pinos en Cuba. Venía con un traje, sin un centavo, y la cabeza pletórica de proyectos que pocos años después le abrirían su paso en la historia.

Llevaba veintidós meses preso por el asalto del 26 de julio de 1953 al cuartel Moncada; debía su liberación a la amnistía recién decretada por el dictador Fulgencio Batista.

El aún imberbe abogado se dirigió de inmediato a México, con un propósito preciso: organizar allí la lucha insurreccional contra la dictadura batistiana. Castro, un ex dirigente universitario y joven político perteneciente al llamado «Partido Ortodoxo», provenía de un país de apenas seis millones de habitantes, sacudido por medio siglo de independencia tardía, que los Estados Unidos usaban como su casino-prostíbulo particular.

Su primer encuentro con Fidel lo describió un tal Ernesto Guevara poco tiempo después: «Lo conocí en una de esas noches frías de México, y recuerdo que nuestra primera discusión versó sobre política internacional. A pocas horas de la misma noche -en la madrugada- era yo ya uno de los futuros expedicionarios. Compartí su optimismo. Había que hacer, que luchar, que concretar. Que dejar de llorar y pelear».

61 años después de aquella noche mexicana, Fidel se marcha dejando tras de sí un país libre, soberano y culto; y habiendo sabido convertir una pequeña isla del Caribe en un faro que guió a millones de revolucionarios en todo el mundo durante décadas.

Los restos mortales de aquel utópico dirigente universitario que cambió el mundo, ya reposan en Santiago de Cuba.

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