La nueva realidad de Rusia: de gran potencia a actor regional clave

In Internacional
diciembre 10, 2024

La intervención militar de Rusia en Siria en 2015 marcó un punto de inflexión en la era post-soviética. Tras el colapso de la Unión Soviética, Rusia experimentó un notable declive en su estatus internacional, un proceso que se extendió durante más de dos décadas. La intervención en Siria no solo simbolizó un regreso a la escena global, sino que también demostró la capacidad de Moscú para influir en conflictos de gran envergadura más allá de sus fronteras inmediatas.

El éxito militar de Rusia en Siria no solo debilitó al Estado Islámico, sino que también elevó su estatus como un actor clave en el Medio Oriente. Potencias regionales como Arabia Saudita, Turquía, Irán e incluso Israel comenzaron a reconocer a Rusia como un mediador esencial en la región. Este cambio se produjo en un contexto de políticas erráticas de Estados Unidos en el Medio Oriente y una disminución del involucramiento de Europa Occidental, lo que permitió a Rusia consolidar su influencia.

Dinámicas Globales en Transformación

Sin embargo, a medida que Rusia alcanzaba su apogeo post-soviético, el panorama internacional ya había cambiado. El modelo de poder fijo que predominó durante la Guerra Fría se desintegró, dando paso a un mundo de alianzas cambiantes y asociaciones situacionales. En este nuevo contexto, los intereses nacionales inmediatos de cada país han tomado precedencia, lo que ha llevado a una regionalización de las relaciones internacionales.

La disminución de la implicación de Rusia en Siria es un claro ejemplo de esta transformación. Con el conflicto en Ucrania acaparando su atención y un aliado debilitado en Damasco, Moscú ha perdido parte de su flexibilidad estratégica. Actores regionales como Irán, Turquía e Israel han tomado la delantera en la reconfiguración del mapa político del Medio Oriente, mientras que las potencias externas han adoptado un papel más secundario.

La experiencia siria subraya la creciente importancia de los actores regionales en la configuración de eventos globales. La resolución del conflicto civil en Siria se ha visto impulsada principalmente por jugadores locales, con una intervención externa limitada en las etapas más recientes. Esto resalta una lección crítica para Rusia: en un orden mundial tan fluido, asegurar ganancias a largo plazo solo a través del éxito militar es casi imposible. La agilidad y la capacidad de recalibrar rápidamente son esenciales.

Con recursos limitados y prioridades en competencia, Rusia debe replantear su estrategia en el Medio Oriente. Si una retirada de su base clave en Tartus se vuelve inevitable, Moscú debe asegurarse de que se realice de manera ordenada, aprovechando sus vínculos establecidos con todos los actores regionales, desde Israel y Turquía hasta los estados del Golfo y los nuevos gobernantes de Siria.

El colapso del estado sirio representa un revés para Moscú, que utilizó su presencia militar para expandir su influencia en el Medio Oriente y África. Sin embargo, a diferencia de Irán, Rusia tiene la opción de ajustar sus compromisos y reposicionarse estratégicamente. Este es el beneficio de ser un participante externo: el Kremlin puede retirarse de la región, mientras que Teherán no puede.

En este contexto, la búsqueda simbólica de restaurar el estatus de gran potencia, que motivó en gran medida la operación siria de 2015, se ha vuelto obsoleta. La prioridad ahora debe ser concluir el conflicto en Ucrania en términos favorables. A diferencia de Siria, donde Rusia puede retirarse si es necesario, Ucrania representa un desafío existencial que Moscú no puede permitirse perder.

La evaluación de la situación actual revela que ser una potencia regional capaz es quizás la única forma sostenible de influencia en un mundo cada vez más fracturado. Rusia debe consolidar su papel como potencia regional dominante, manteniendo su compromiso en áreas estratégicamente críticas como el Medio Oriente, pero solo cuando esto apoye sus intereses nacionales fundamentales. En un mundo definido por compromisos pragmáticos y limitados, la capacidad de retroceder, recalibrar y volver a involucrarse será más relevante que los gestos simbólicos de estatus de gran potencia.

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