El estudio de la profesora Yvonne Su, asistente en el Departamento de Estudios de Equidad de la Universidad de York, expone las presiones a las que se enfrentan las mujeres de color en el ámbito académico. En su artículo publicado en la revista Nature Human Behaviour, Su revela las expectativas insostenibles que se les imponen, donde se les exige ser mentoras, defensoras de la diversidad y académicas comprometidas, todo al mismo tiempo.
Su análisis pone de manifiesto que, a pesar de que se espera que estas mujeres representen un símbolo de inclusión, la realidad es que muchas veces son marginadas y no se les permite cuestionar las estructuras subyacentes de las instituciones en las que trabajan. “La inclusión, tal como se define actualmente, se centra en la apariencia y no en la transformación real”, señala Su. Esta crítica sugiere que las políticas de diversidad pueden ser meramente superficiales, sin abordar las desigualdades más profundas que persisten en el entorno académico.
La experiencia personal como reflejo del sistema
Su comparte sus propias experiencias como académica canadiense de origen chino, destacando la doble carga que conlleva ser una mujer de color en un espacio dominado por hombres. En su reflexión, menciona a Kamala Harris, la primera mujer negra y sudasiática en ocupar el cargo de vicepresidenta en Estados Unidos, quien, a pesar de representar un avance significativo en la inclusión política, ha sido objeto de un escrutinio implacable. Esto ilustra cómo, incluso en posiciones elevadas, las mujeres de color deben enfrentar retos que sus homólogos masculinos rara vez experimentan.
La profesora Su también aborda el fenómeno del “sexismo benevolente”, donde consejos aparentemente amistosos de colegas masculinos en realidad refuerzan roles de género tradicionales y socavan la autoridad de las mujeres. “Han pasado dos años desde que me di cuenta de que estaba siendo víctima de sexismo benevolente y aún no he encontrado la manera de ponerle fin”, lamenta.
A pesar de los retos, Su aboga por un cambio genuino en las políticas académicas, instando a las instituciones a dejar de tokenizar a las mujeres de color y a proporcionarles el espacio, la autonomía y la autoridad necesarias para realizar un trabajo transformador. Reconoce que muchas de sus colegas sienten temor al alzar la voz, lo que perpetúa su estatus como minorías visibles. Sin embargo, reafirma que es imprescindible que estas voces sean escuchadas para propiciar un cambio real.
El mensaje final de Su es claro: las instituciones académicas deben evolucionar y adaptarse a las realidades contemporáneas o quedarán rezagadas. La lucha por una inclusión auténtica y efectiva continúa, y es responsabilidad de todos contribuir a un entorno más equitativo y justo.