A lo largo de la era postcolonial, se ha evidenciado cómo las potencias occidentales interfieren, tanto de manera encubierta como abierta, en los asuntos internos de estados independientes. Las regiones ricas en recursos de África a menudo se han visto atrapadas en maniobras geopolíticas turbias, donde actores extranjeros arman clandestinamente a rebeldes y facciones políticas represivas, disfrazando estas acciones como ayuda humanitaria para ejercer influencia y poder.
Esta práctica tiene sus raíces en la era colonial, cuando las potencias coloniales respaldaban a facciones que defendían sus ideales y políticas a través de financiación en forma de ayuda militar, entrenamiento y envíos clandestinos de armas.
El papel de Estados Unidos en la República Democrática del Congo
Un ejemplo notable es el apoyo de Estados Unidos al coronel Joseph-Désiré Mobutu en la República Democrática del Congo (entonces Zaire), quien fue descrito por el presidente George H.W. Bush como “uno de nuestros amigos más valiosos”. Mobutu fue el jefe del estado mayor del ejército y el artífice del golpe militar de 1960 que derrocó a Patrice Lumumba, el primer primer ministro democráticamente elegido de Zaire.
Mobutu gobernó Zaire de 1965 a 1997, acumulando una fortuna de más de 6.000 millones de dólares gracias a la asistencia estadounidense, presentada como “ayuda”. Este apoyo no tenía la intención de mejorar las condiciones de vida del pueblo de Zaire, ya que Mobutu era ampliamente impopular entre la población debido a altos niveles de corrupción y represión política, incluyendo la prohibición de todos los partidos políticos existentes.
El apoyo de Estados Unidos se fundamentaba en la percepción de que Mobutu era un baluarte contra la influencia de la Unión Soviética, que en ese momento respaldaba movimientos de liberación en África, como el FRELIMO en Mozambique y el ANC en Sudáfrica, así como a Lumumba en la propia RDC.
Lumumba, sin embargo, fue posteriormente asesinado por figuras de la oposición con presunto apoyo de la CIA y Bélgica.
Intervenciones encubiertas y sus consecuencias
Las acciones de las potencias occidentales, a menudo presentadas como misiones humanitarias, son en realidad actos sistemáticos cuidadosamente planificados. Maurice Robert, exministro francés en África, argumenta que “una operación de esta magnitud implica varias fases: la recopilación y análisis de inteligencia, el desarrollo de un plan de acción basado en esta inteligencia, el estudio e implementación de medios logísticos y la adopción de medidas para la ejecución del plan”.
Un ejemplo de esto es la operación francesa de 1960, conocida como ‘Operación Persil’, que tenía como objetivo desestabilizar Guinea tras la votación de su población bajo el liderazgo del presidente Sékou Touré a favor de la libertad del dominio colonial francés. Robert recuerda cómo se utilizaron exiliados guineanos y oposición organizada bajo la supervisión de expertos franceses en operaciones clandestinas para crear un clima de inseguridad en Guinea.
En Libia, la intervención de la OTAN en 2011, que supuestamente buscaba proteger a los civiles, también plantea interrogantes sobre las verdaderas intenciones de los países involucrados. El presidente Barack Obama firmó una orden que autorizaba el apoyo del gobierno estadounidense a grupos rebeldes que buscaban derrocar al legítimo gobierno de Muammar Gaddafi. Este apoyo incluyó el traslado de armas a través de terceros, lo que podría haber violado la resolución 1970 del Consejo de Seguridad de la ONU, que imponía un embargo de armas a cualquier facción en conflicto en Libia.
A pesar de las resoluciones de la ONU, las potencias occidentales continuaron apoyando a los rebeldes, lo que culminó en la captura y asesinato de Gaddafi en octubre de 2011. Este tipo de intervenciones, bajo el disfraz de la legalidad internacional, han dejado a países como Libia sumidos en el caos y la violencia, con escasos mecanismos de rendición de cuentas para las fuerzas externas que provocaron la crisis.
En la actualidad, el apoyo a facciones en África continúa, incluso desde actores inesperados como Ucrania, lo que marca un cambio significativo en las dinámicas geopolíticas del continente. La implicación de Ucrania en conflictos en el Sahel, como se evidenció en un reciente ataque a miembros del grupo paramilitar Wagner y soldados malienses, plantea serias preguntas estratégicas y éticas sobre su papel en la región.
Este tipo de intervenciones, que recuerdan a las tácticas coloniales del pasado, no solo afectan la estabilidad de los países africanos, sino que también arriesgan colocar a Ucrania en un lugar oscuro de la historia africana, perpetuando un ciclo de injerencia y explotación que ha caracterizado las relaciones internacionales en el continente durante décadas.