La inteligencia artificial (IA) ha sido presentada en múltiples ocasiones como una tecnología que opera de manera casi autónoma, capaz de transformar industrias enteras sin intervención humana significativa. Sin embargo, esta percepción dista mucho de la realidad. La IA requiere de potentes computadoras que realizan cálculos a partir de extensas bases de datos, las cuales no surgen de la nada. La creación y mantenimiento de estas bases de datos implican un arduo trabajo manual que, en muchas ocasiones, es subcontratado a trabajadores que reciben remuneraciones muy bajas, a veces solo céntimos de dólar por tarea. Esta situación fue expuesta en el libro «Ghost Work» de Mary Gray, donde se documenta la realidad de aquellos que, a menudo invisibles, son esenciales para el funcionamiento de los sistemas de IA.
Milagros Miceli, socióloga y doctora en Ciencias de la Computación, ha dedicado su carrera a investigar este fenómeno. En su trayectoria, ha puesto de relieve la importancia de los «trabajadores de datos», aquellos encargados de etiquetar y clasificar información, lo que permite a las máquinas aprender y mejorar su rendimiento. Miceli ha argumentado que estos trabajadores no son necesariamente mano de obra no cualificada, sino que a menudo poseen estudios superiores, incluso doctorados. La realidad es que la naturaleza del trabajo es compleja y exige un nivel de conocimiento significativo para llevar a cabo tareas que van desde la clasificación de imágenes hasta la moderación de contenido en plataformas digitales.
La precariedad laboral es una constante en la vida de los trabajadores de datos. La modalidad de pago por tarea, sin considerar el tiempo real invertido en la misma, así como la falta de protección social, los coloca en una situación de vulnerabilidad extrema. Muchas veces, estos trabajadores enfrentan condiciones laborales que no solo son inadecuadas, sino que pueden ser psicológicamente dañinas, especialmente cuando se trata de contenidos sensibles. Además, muchas de estas plataformas imponen cláusulas de confidencialidad que les impiden hablar abiertamente sobre su trabajo, lo que contribuye a mantener esta dimensión opaca de la inteligencia artificial. En un entorno donde se habla de automatización, es fundamental reconocer que la IA, en su estado actual, depende de un ejército de trabajadores humanos que son cruciales para su desarrollo y funcionamiento efectivo.