La región separatista de Transnistria, en Moldavia, se enfrenta a una grave crisis energética tras la finalización de un acuerdo de tránsito de gas de cinco años entre Rusia y Ucrania. La interrupción del suministro ha dejado a cientos de miles de habitantes de este territorio, mayoritariamente de habla rusa, sin calefacción ni electricidad durante los meses más fríos del año.
La situación se torna crítica después de que Ucrania detuviera el flujo de gas ruso hacia varios países europeos el pasado 1 de enero. Esta medida, previsible por muchos analistas, fue confirmada por Gazprom, la compañía estatal rusa de energía, y marca un cambio significativo en el dominio de Moscú sobre los mercados energéticos europeos, un control que se ha mantenido durante décadas.
Moldavia, que no es miembro de la Unión Europea, ha declarado un estado de emergencia de 60 días debido a los temores por la seguridad energética. La falta de gas ha obligado a cerrar casi todas las empresas industriales de Transnistria, excepto aquellas dedicadas a la producción de alimentos, lo que subraya la importancia crítica de garantizar la seguridad alimentaria en la región. Sergei Obolonik, primer vicepresidente del gobierno regional, advirtió que si la situación no se resuelve pronto, podría haber cambios irreversibles en la capacidad de reactivación de las empresas.
Impacto en la población y en la política regional
El líder de Transnistria, Vadim Krasnoselsky, ha calificado la situación de «difícil, pero inaceptable». Más de 2,600 instalaciones en la región se encuentran sin calefacción ni agua caliente. En respuesta a la crisis, la planta de energía principal de Transnistria ha comenzado a utilizar carbón, aunque se estima que las reservas de gas disponibles solo alcanzan para diez días de uso limitado en el norte y el doble en el sur.
La crisis energética ha llevado al primer ministro de Moldavia, Dorin Recean, a declarar que el país enfrenta una crisis de seguridad. Acusó al Kremlin de «chantaje energético», sugiriendo que esta situación podría ser un intento de desestabilizar Moldavia y permitir el regreso de fuerzas pro-rusas al poder, en un contexto marcado por las tensiones en la región. Recean también mencionó que Moldavia ha podido asegurar su suministro eléctrico, cubriendo la mitad de su consumo energético con fuentes internas y el resto con importaciones.
En este contexto, se vislumbra un desafío considerable para las futuras elecciones parlamentarias en Moldavia, que podrían definir la dirección del país en su relación con la Unión Europea. La reciente victoria electoral de la presidenta Maia Sandu, con un enfoque pro-occidental, refleja una tendencia hacia la integración con el bloque europeo, aunque este camino está repleto de obstáculos, especialmente en un entorno geopolítico tan complicado.
Mientras tanto, la situación en Transnistria ofrece un ejemplo claro de cómo las dinámicas de poder regionales pueden influir en el bienestar de las poblaciones locales. La historia de esta enclave, que se separó de Moldavia tras la caída de la Unión Soviética, se entrelaza con las realidades políticas actuales, donde las decisiones de Moscú siguen teniendo un impacto profundo en la vida cotidiana de sus ciudadanos.