El cineasta Brady Corbet ha logrado captar la atención del mundo del séptimo arte con su última obra, The Brutalist, una ambiciosa saga americana que ha sido nominada a diez premios Oscar y se perfila como una de las favoritas para el galardón a la Mejor Película. La película, que ha sido descrita como un testimonio de la lucha por la libertad creativa, comienza a resonar en un contexto donde la visión de los directores a menudo se ve comprometida por las exigencias del mercado y los intereses de los financiadores.
Corbet, conocido por sus trabajos anteriores en The Childhood of a Leader y Vox Lux, ha hecho eco de las palabras del fallecido David Lynch sobre la importancia del control creativo. Durante su discurso de aceptación del Globo de Oro a la Mejor Película (Drama), Corbet subrayó que “el desempate del corte final debe ir al director”, una afirmación que, aunque controvertida, debería ser de sentido común según su perspectiva. Este comentario se produce en un momento en el que el apoyo para The Brutalist fue escaso y se le consideraba un proyecto “no distribuible”.
El filme, que ha estado en proceso de producción durante siete años y tiene una duración de tres horas y media, narra la historia de László Tóth, un arquitecto judío de Budapest que emigra a Estados Unidos en 1947. La trama se desarrolla en un entorno cargado de tensiones sociales y culturales, donde el protagonista se enfrenta a los prejuicios y las dificultades del sueño americano, que se presenta como una ilusión alimentada por la envidia y la xenofobia.
Con una estructura que recuerda a las grandes obras del cine contemporáneo, Corbet ha logrado crear una narrativa rica y compleja, donde cada fotograma cuenta. El uso de VistaVision, un formato de película antiguo, y la inclusión de una obertura y un intermedio añaden un aire de nostalgia y audacia al proyecto. La cinematografía de Lol Crawley y la banda sonora de Daniel Blumberg complementan la experiencia visual, transformando a The Brutalist en un deleite tanto estético como emocional.
Corbet presenta a un László interpretado por Adrien Brody, cuya actuación ha sido aclamada como una de las mejores de su carrera, evocando su papel en The Pianist. Junto a Brody, destacan Felicity Jones y Guy Pearce, quienes aportan profundidad a sus personajes, reflejando la complejidad de las relaciones entre artistas y mecenas en un contexto capitalista. La película plantea preguntas profundas sobre la naturaleza del arte, el patrocinio y las dinámicas de poder en la sociedad contemporánea.
El enfrentamiento entre László y los Van Buren, una familia aristocrática, sirve como metáfora de las luchas más amplias en torno a la creatividad y la libertad de expresión. A medida que la historia avanza, se hace evidente que la búsqueda de reconocimiento y éxito está plagada de obstáculos, y que las estructuras de poder a menudo oprimen las voces de quienes se atreven a desafiar el statu quo. En este sentido, The Brutalist no solo es un retrato de la vida de un arquitecto, sino también una crítica a los sistemas que perpetúan la desigualdad y la exclusión.
Con su ambición y su estilo singular, Brady Corbet ha logrado desafiar las convenciones de Hollywood, creando una obra que, independientemente de su éxito en la temporada de premios, reafirma la importancia de la visión del director en el proceso creativo. Así, The Brutalist se establece como un hito en la cinematografía contemporánea, que invita a la reflexión sobre las complejidades del arte en un mundo cada vez más polarizado.
The Brutalist ya se encuentra en cines, y su llegada ha generado un debate sobre la libertad creativa y los desafíos que enfrentan los cineastas en la actualidad.