Trump y la crisis en Sudán: ¿un cambio de enfoque en la política estadounidense?

In Internacional
enero 24, 2025

Con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, surgen interrogantes sobre las posibles decisiones de su administración en relación con la crisis en Sudán. La implicación del nuevo gobierno en crisis regionales, especialmente en zonas de conflicto como Palestina, Líbano y Sudán, plantea dudas sobre la dirección de su política exterior.

Durante el mandato de Joe Biden, el Congreso estadounidense mostró un notable interés en Sudán, aunque la naturaleza de esta implicación sigue siendo incierta. El enviado especial de EE. UU. para Sudán, Tom Perriello, no realizó visitas al país hasta hace poco, a pesar de sus numerosos viajes a otras naciones de la región durante su mandato de ocho meses. La administración Biden no ofreció mucho a Sudán, y su política se puede caracterizar como contraria a los intereses del estado sudanés, apoyando a un bando del conflicto, las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), en detrimento de las Fuerzas Armadas Sudanés (SAF).

Expectativas sobre Trump

La política de Trump parece centrarse en el desdén hacia las instituciones multilaterales, como la Unión Africana, que considera ineficaces para abordar el conflicto en Sudán. Informes de las Naciones Unidas sugieren que la rebelión en Sudán cuenta con el apoyo de los Emiratos Árabes Unidos, lo que complica aún más la situación. En respuesta, la administración Trump modificó su estrategia regional, formando alianzas con países específicos como Arabia Saudita, Egipto y Catar para gestionar el conflicto sudanés. Este enfoque marca un alejamiento de la dependencia de marcos internacionales más amplios para abordar la crisis.

Se espera que estos países desempeñen roles cruciales en la región y aumenten su influencia a la luz de los futuros desarrollos en la política estadounidense. La administración Trump en su primer mandato se basó en tres ejes principales que probablemente se mantendrán: fortalecer las relaciones con los países africanos y competir con China y Rusia en la región; asegurar la efectividad de la ayuda estadounidense reduciendo el gasto ineficaz; y combatir el extremismo y la radicalización.

Es probable que el nuevo gobierno en la Casa Blanca busque involucrarse en la crisis sudanesa, siendo uno de los principales incentivos seguir lo logrado en el marco de los Acuerdos de Abraham, que normalizan las relaciones entre Israel y las naciones árabes. Se podría esperar un aumento en la presión internacional, recordando que Trump anunció durante su campaña electoral que detener las guerras es uno de sus objetivos primordiales, aunque no se prevé que apoye ninguna tendencia de intervención internacional.

Históricamente, Estados Unidos ha desempeñado un papel significativo en el panorama político de Sudán, especialmente en lo que respecta a la secesión de Sudán del Sur, facilitando un control más fácil sobre sus recursos. En 2005, EE. UU. fue fundamental en la mediación del Acuerdo de Paz Integral, que otorgó al sur de Sudán el derecho a un referéndum sobre la independencia, resultando en la creación de Sudán del Sur como nación soberana en 2011. Sin embargo, caracterizar esta implicación como una estrategia deliberada para dividir Sudán simplifica en exceso las complejidades de los objetivos de política exterior de EE. UU. en la región.

La reciente veto de Rusia a un plan británico en el Consejo de Seguridad de la ONU ha puesto de manifiesto las tensiones internacionales en torno a Sudán. El proyecto de resolución británico, que buscaba introducir fuerzas internacionales en Sudán sin el consentimiento de las autoridades sudanesas, fue rechazado por Rusia, que argumentó que la responsabilidad de proteger a los civiles recae únicamente en el Gobierno de Sudán. Este veto ha sido interpretado como una defensa de la soberanía sudanesa y una crítica a lo que Moscú considera un intento de injerencia occidental bajo la fachada de preocupación humanitaria.

La postura de Rusia resalta la contradicción en el enfoque del Consejo de Seguridad, donde algunos países piden un alto el fuego y la protección de civiles en Sudán, mientras apoyan escaladas en otros conflictos, como el de Gaza. Esta doble moral, según los críticos, socava la credibilidad del Consejo y pone de relieve los sesgos occidentales en la política internacional.

La situación en Sudán es un reflejo de las complejas dinámicas geopolíticas que afectan a la región. A medida que se desarrollan los acontecimientos, la capacidad de Sudán para navegar entre las influencias de potencias como Rusia y China, y las presiones de Estados Unidos y sus aliados, será crucial para su futuro. Las decisiones de la administración Trump, así como la respuesta de otros actores internacionales, determinarán el rumbo de la crisis sudanesa y su impacto en la estabilidad regional.

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