
El espacio es un entorno hostil para los seres humanos. Incluso en Marte, los colonos podrían enfrentarse a niveles potencialmente letales de radiación, recursos escasos y una gravedad reducida. Esta realidad es explorada en «Mickey 17», una película de ciencia ficción dirigida por Bong Joon Ho, conocido por su aclamada obra «Parasite». En este filme, el protagonista, Mickey, interpretado por Robert Pattinson, es un viajero espacial «expendable» que enfrenta repetidos riesgos mortales, pero cada vez que muere, un impresora 3D genera una nueva copia de él.
La premisa de la película, aunque fantástica, invita a reflexionar sobre la posibilidad de la creación de cuerpos humanos impresos en 3D y la restauración de sus recuerdos. Christopher Mason, investigador biomédico de la Universidad de Cornell, se muestra intrigado por esta idea. Mason, quien investiga los problemas de salud relacionados con el espacio, afirma que la capacidad de imprimir un cuerpo y reconstruirlo perfectamente podría ofrecer valiosas lecciones sobre cómo optimizar el cuerpo humano para la vida en el espacio. En su libro, «The Next 500 Years: Engineering Life to Reach New Worlds», argumenta que depende de nosotros asegurar el futuro a largo plazo de la vida en el universo, tomando las herramientas de la evolución en nuestras propias manos.
Desafíos de la vida en el espacio
A pesar de que los humanos hemos logrado adaptarnos a muchas de las exigencias del vuelo espacial, estos desafíos se intensifican a medida que exploradores y colonos se aventuran más allá de la órbita terrestre. La radiación se presenta como la principal preocupación. Estudios anteriores sugieren que los astronautas podrían estar expuestos a niveles de radiación que provocan cáncer durante una misión de tres años a Marte y regreso. Si bien el uso de escudos gruesos podría reducir este riesgo, Mason propone que la genética podría jugar un papel crucial en la solución.
Por ejemplo, los tardígrados, unos microorganismos conocidos como osos de agua, pueden sobrevivir incluso en el vacío del espacio y soportar altas dosis de radiación. Mason ha logrado, en su laboratorio, incorporar un gen de tardígrado en células humanas, lo que ha resultado en una notable resistencia a la radiación. Si se pudieran aplicar herramientas de edición genética como CRISPR para insertar este gen en el genoma de un viajero espacial, se podría mitigar uno de los riesgos mortales que enfrenta un personaje como Mickey.
Además, Mason sugiere que, a medida que los científicos continúan investigando los genes relacionados con la salud en humanos y otras especies, y mejoran sus técnicas de edición genética, los desafíos del vuelo espacial se volverán menos abrumadores. Esto podría no solo beneficiar a los astronautas profesionales, sino también abrir la puerta a la posibilidad de que más personas puedan viajar al espacio de manera segura y ética.
La exploración del espacio implica riesgos, pero también oportunidades. Si los viajeros espaciales se enfrentan a desafíos inesperados, como la aparición de microbios alienígenas, podrían contar con el respaldo de la investigación en la Tierra. Mason describe un concepto de «biología punto a punto», donde el código genético de organismos desconocidos podría ser secuenciado en el lugar y enviado a la Tierra para su estudio más detallado. De esta forma, el conocimiento podría trasladarse entre Marte y nuestro planeta, favoreciendo la adaptación de las formas de vida encontradas en otros mundos.
A medida que la ciencia avanza, el futuro de la humanidad en el espacio parece menos incierto. La idea de que podríamos algún día modificar éticamente a los seres humanos para facilitar su adaptación a entornos extraterrestres ya no parece tan lejana. En este contexto, la historia de Mickey 17 nos invita a imaginar un futuro donde la vida humana en otros planetas no implique la necesidad de morir una y otra vez, sino de prosperar y adaptarse a nuevos desafíos.