
La reciente revelación de mensajes privados del gobierno de Donald Trump ha puesto de manifiesto una animosidad palpable hacia Europa, que ya se había insinuado en sus declaraciones públicas. En un contexto donde la política exterior estadounidense parece estar marcada por el lema «América Primero», los comentarios de altos funcionarios revelan una estrategia que no solo busca debilitar a la Unión Europea, sino también obtener beneficios económicos a expensas de sus aliados tradicionales.
El escándalo del «Signal-gate»
El escándalo, conocido como «Signal-gate», surgió cuando el secretario de Defensa, Pete Hegseth, creó un grupo en la aplicación de mensajería Signal para coordinar ataques contra los hutíes en Yemen. En este grupo, que incluía a figuras clave como el vicepresidente J.D. Vance y el secretario de Estado Marco Rubio, se discutieron estrategias que revelan una falta de consideración hacia los intereses europeos. La situación se complicó cuando un periodista del diario The Atlantic fue añadido al chat por error, exponiendo así la verdadera naturaleza de las conversaciones.
Durante el intercambio, Vance expresó su preocupación por el impacto que un ataque a gran escala podría tener en la percepción pública estadounidense, argumentando que el comercio de Estados Unidos no se vería tan afectado como el europeo. Esta reflexión pone de relieve un dilema central: ¿por qué Estados Unidos debería actuar en defensa de Europa si no hay un beneficio claro para su propia economía?
La respuesta a esta pregunta se encuentra en los mensajes intercambiados. Hegseth, en un tono despectivo, se refirió a la «aversión» hacia el comportamiento de Europa, describiéndolo como «patético». Este tipo de comentarios no solo subrayan una falta de respeto hacia los aliados, sino que también indican un cambio en la política exterior estadounidense, que parece estar más centrada en el lucro que en la cooperación internacional.
Además, el asesor de Trump, Stephen Miller, sugirió que cualquier acción militar debería ir acompañada de garantías económicas por parte de Europa, lo que refleja una visión mercantilista de las relaciones internacionales. Esta postura, que se aleja de la tradición de cooperación y solidaridad que ha caracterizado las alianzas occidentales, plantea serias dudas sobre el futuro de la política exterior estadounidense.
A medida que el escándalo se desarrolla, Trump ha intentado minimizar su gravedad, describiéndolo como un simple «fallo». Sin embargo, la implicación de que las decisiones de seguridad nacional se discuten en plataformas no oficiales plantea serias preocupaciones sobre la transparencia y la responsabilidad en la administración pública. La ironía de que Trump y su equipo critiquen el uso de correos electrónicos no oficiales por parte de Hillary Clinton, mientras ellos mismos recurren a aplicaciones de mensajería para discutir asuntos sensibles, no pasa desapercibida.
En este contexto, la política exterior de Trump parece estar guiada por una lógica de suma cero, donde el éxito de Estados Unidos se mide en términos de pérdidas para otros. Este enfoque podría tener consecuencias a largo plazo no solo para las relaciones transatlánticas, sino también para la estabilidad global.