
Un reciente terremoto en el sudeste asiático ha dejado más de 3,000 muertos en Myanmar, un país bajo el control de una junta militar que ha bloqueado la ayuda humanitaria y continúa su ofensiva en territorios devastados por el sismo. Este acontecimiento ha suscitado un interés particular por analizar cómo los regímenes autoritarios manejan las crisis y si estos eventos perturban o refuerzan la agenda de las élites en el poder.
Investigaciones en torno a la ocupación china en el Tíbet, que se remonta a 1951, revelan patrones similares. En enero de 2025, un terremoto de magnitud 7.1 azotó la región, pero el acceso a medios independientes y observadores internacionales ha sido severamente restringido por Pekín. Según la información oficial china, el desastre dejó 126 muertos y causó daños a infraestructuras, pero fuentes tibetanas han afirmado que la destrucción ha sido mucho mayor, afectando a monasterios y comunidades enteras.
El presidente chino, Xi Jinping, tras el sismo, ordenó esfuerzos de búsqueda y rescate «a gran escala» y prometió una rápida recuperación. Sin embargo, el contexto político restringido ha permitido que las agencias de socorro y los medios estatales controlen la narrativa, exaltando la capacidad de Pekín para actuar con «rapidez y compasión», mientras utilizan la catástrofe para resaltar su «buena gobernanza».
El autoritarismo en tiempos de crisis
Las narrativas oficiales a menudo ignoran las respuestas cívicas a los desastres, como las redes de ayuda mutua organizadas por los tibetanos, tanto a nivel local como internacional. Activistas y supervivientes que utilizan redes sociales para desafiar las versiones oficiales han enfrentado censura y hostilidad por parte de las autoridades chinas. Un estudio sobre el terremoto de Sichuan en 2008 evidenció cómo las comunidades consideradas desafiantes a la autoridad enfrentaron la represión de sus demandas de ayuda.
Este terremoto ha reavivado las preocupaciones de los tibetanos sobre el uso del desastre por parte de las autoridades chinas para reforzar su control en la región. El evento recuerda al terremoto de abril de 2010 en la región de Yushu, que dejó más de 2,600 muertos y permitió a China promover su visión de modernidad en el Tíbet, a pesar de las acusaciones de corrupción en la distribución de ayuda y reubicaciones forzadas.
La respuesta a estos desastres, según el antropólogo Denboy Kudejira, puede ser un fenómeno de «autoritarismo de desastre», donde los regímenes autoritarios explotan las catástrofes para reafirmar su poder. Este modelo se asemeja al de Zimbabwe, donde el gobierno también limitó la participación de grupos no estatales en la recuperación a largo plazo.
La escasa atención que los periodistas y políticos internacionales prestan al Tíbet agrava esta problemática. Mientras los incendios forestales en Los Ángeles captaron una cobertura mediática significativa, el terremoto en el Tíbet rápidamente cayó en el olvido informativo.
Para los tibetanos, desafiar este autoritarismo de desastre es parte de una lucha política delicada. El líder espiritual del Tíbet, el Dalai Lama, describió el terremoto como «un fenómeno natural y no resultado de actividades humanas», instando a los tibetanos a no sentir rencor hacia los chinos, reflejando su estrategia de evitar el antagonismo que podría resultar en más sufrimiento para las comunidades marginadas.
Sin embargo, hay quienes dentro del Tíbet cuestionan las cifras oficiales de mortalidad y demandan una mayor claridad acerca de la magnitud de la tragedia. Organizaciones como la Campaña Internacional por el Tíbet han calificado al desastre como «el terremoto silencioso», acusando a las autoridades chinas de censurar la verdadera naturaleza del sufrimiento. Además, el Colectivo de Derechos Tibetanos ha señalado que las intervenciones chinas han hecho que la región sea geológicamente más inestable, aumentando los riesgos de desastres como inundaciones y deslizamientos de tierra.
La crisis climática está incrementando la probabilidad de desastres en un contexto de creciente autoritarismo global. La interacción entre estos dos fenómenos debe ser motivo de preocupación colectiva.