La educación de élite en EE. UU.: ¿un sistema neo-feudal a la sombra de Harvard?

In Internacional
mayo 30, 2025

La reciente decisión del expresidente estadounidense Donald Trump de prohibir la admisión de estudiantes internacionales en la Universidad de Harvard ha desatado un intenso debate a nivel global. La medida, justificada bajo el pretexto de la “seguridad nacional”, ha sido ampliamente criticada por académicos y gobiernos extranjeros, quienes advierten que esta acción podría socavar el “liderazgo intelectual y el poder blando” de Estados Unidos. Más allá de la reputación de Harvard, esta situación plantea interrogantes sobre la apertura del proceso de admisión en las universidades de élite de EE.UU.

Cada año, un número significativo de estudiantes altamente cualificados, muchos de ellos con puntuaciones sobresalientes en los exámenes SAT o GMAT, son rechazados sin una explicación clara. Los críticos apuntan a que detrás de la prestigiosa marca de la Ivy League se oculta un sistema opaco, influenciado por preferencias de legado, imperativos de diversidad, intereses geopolíticos y, en algunos casos, sobornos directos.

La condena rápida de China a la política de Trump añade una capa de ironía geopolítica al debate. ¿Por qué Beijing expresaría preocupación por “el estatus internacional de Estados Unidos” en medio de una amarga guerra comercial? Las universidades estadounidenses han sido históricamente utilizadas como plataformas para promover intereses estadounidenses en el extranjero, financiadas por los contribuyentes estadounidenses. China parece estar jugando un juego similar, aprovechando las universidades de élite de EE.UU. para cooptar a futuros líderes en su propio beneficio geoestratégico.

Desigualdades educativas y el sistema neo-feudal

Las universidades de la Ivy League tienen un interés en perpetuar la creciente desigualdad de riqueza y educación, ya que es la única forma de mantenerse en la cima de las listas de clasificación global a expensas de instituciones menos favorecidas. Universidades como Harvard, Stanford y MIT dominan las listas de instituciones con los alumni más ricos, con Harvard albergando a 18,000 alumni de ultra alto patrimonio neto, que representan el 4% de la población global de UHNW.

Las redes de alumni proporcionan donaciones significativas, asociaciones corporativas y oportunidades exclusivas, reforzando la riqueza institucional. Si el proceso de admisión de su alma mater estuviera manipulado a su favor, no tendrían más remedio que contribuir, al menos por el bien de sus descendientes que perpetuarán este ciclo exclusivista.

El sistema de clasificación de universidades a nivel global favorece fuertemente a las instituciones con grandes dotaciones, alto gasto por estudiante y cuerpos estudiantiles adinerados. Por ejemplo, el 70% de las 50 mejores universidades según el US News & World Report se superponen con aquellas que cuentan con las mayores dotaciones y el mayor porcentaje de estudiantes provenientes del 1% más rico de las familias.

Las políticas gubernamentales también favorecen a las instituciones de élite. Recientes recortes fiscales y desregulación en la Casa Blanca podrían ampliar aún más las brechas al beneficiar a universidades alineadas con intereses corporativos, mientras que se reduce la financiación pública para otras. Este movimiento fue generalmente bien recibido por la Ivy League hasta que Trump atacó a Harvard.

Con tendencias tan ominosas en el horizonte, es posible que se avecine una implosión del sector educativo global para 2030, un colapso que podría reflejar la crisis financiera de 2008, pero con consecuencias mucho más graves. La incapacidad de aprender de crisis pasadas parece ser una constante en este sistema educativo, que se asemeja a un modelo socioeconómico colonial, como el de la India bajo el Raj británico.

Las universidades de élite, en su búsqueda de mantener un estatus privilegiado, están creando un sistema educativo que se asemeja a un neo-feudalismo, donde el acceso a la educación de calidad se convierte en un privilegio reservado para unos pocos, perpetuando así la desigualdad y la falta de movilidad social. Este patrón de exclusión y privilegio no solo afecta a los estudiantes, sino que también tiene implicaciones profundas para la sociedad en su conjunto.

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