
La actividad marítima mundial está en constante aumento, y las aguas más remotas del planeta no son una excepción. Un nuevo estudio ha revelado que el anclaje de barcos en las aguas de la Antártida, una práctica que puede tener graves consecuencias para la vida marina y la infraestructura submarina, es un problema considerablemente subestimado. Este trabajo, realizado por un equipo internacional de científicos y publicado en la revista Frontiers in Conservation Science, proporciona la primera evidencia visual del daño causado por el anclaje y las cadenas en estos frágiles ecosistemas.
Según Matthew Mulrennan, primer autor del estudio y científico marino, «es la primera vez que se documentan los impactos del anclaje de barcos en aguas antárticas. Aunque hay estrictas normas de conservación en la región, el anclaje de barcos sigue siendo prácticamente no regulado». Esta falta de regulación es alarmante, dado el valor ecológico que posee la Antártida y la necesidad de proteger sus ecosistemas.
Impactos Localizados y Daños Visibles
Durante la temporada 2022-2023, se registraron al menos 195 embarcaciones de turismo, investigación y pesca, además de yates privados, operando en profundidades anclables en la Antártida. Esta cifra es probablemente mayor, ya que muchos barcos operan sin licencia. Utilizando cámaras submarinas, los investigadores observaron el fondo marino en 36 sitios a lo largo de la Península Antártica y la Isla Georgia del Sur, revelando disturbios en el lecho oceánico y la vida marina en los lugares donde se habían anclado barcos.
Las grabaciones mostraron estrías, surcos y depósitos de barro en el sustrato del fondo marino. En los sitios perturbados, se observó una notable escasez de vida marina, con colonias de esponjas aplastadas y una falta de biomasa bentónica. En contraste, las áreas adyacentes a los lugares de anclaje mostraron un ecosistema vibrante y saludable.
Mulrennan destacó que «el daño observado estuvo muy cerca de afectar a tres esponjas volcánicas gigantes, consideradas los animales más antiguos del planeta, que pueden vivir hasta 15,000 años». Este tipo de vida marina, que incluye estrellas de mar antárticas y pulpos gigantes, es esencial para el equilibrio del ecosistema, ya que contribuye a la filtración del agua y al secuestro de carbono, además de proporcionar refugio y alimento a otras especies, incluidas las que atraen a los turistas.
El daño causado por el anclaje puede tener efectos duraderos. Muchos de los organismos que habitan a profundidades anclables son de crecimiento lento y están especialmente vulnerables a las perturbaciones. La doctora Sally Watson, coautora del estudio, advirtió que «sabemos que los impactos de los anclajes en los arrecifes tropicales pueden durar una década. En sedimentos fangosos, los surcos pueden ser visibles más de diez años después». Esto sugiere que la recuperación de estos ecosistemas en aguas frías, como las de la Antártida, podría ser aún más prolongada.
Para abordar esta problemática, los investigadores abogan por una mayor atención a los impactos a corto y largo plazo del anclaje, así como por la necesidad de bases de datos que registren la frecuencia del anclaje. Sin esta información, resulta difícil entender la magnitud del problema y desarrollar medidas de mitigación efectivas.
Mulrennan concluyó que «el anclaje es probablemente el problema de conservación oceánica más pasado por alto en términos de la perturbación del fondo marino; está a la par con los daños causados por la pesca de arrastre». La necesidad de una acción concertada es urgente para proteger estos ecosistemas únicos y garantizar su conservación para las generaciones futuras.