
En el frío del Ártico noruego, el meteorólogo Trond Robertsen ha registrado manualmente los niveles de precipitación durante más de dos décadas, siendo testigo directo de los efectos del cambio climático. A sus 66 años, Robertsen se ha retirado después de soportar condiciones espartanas en misiones que suman un total de ocho años en dos islas del archipiélago de Svalbard: Bjornoya (Isla del Oso) y Hogen.
Para llegar a la remota Bjornoya, donde solo residen los nueve empleados de la pequeña estación meteorológica, los meteorólogos deben volar en helicóptero, siendo rotados cada seis meses. “La idea es no quedarse mucho tiempo, porque el ritmo es diferente y estás aislado”, comenta Robertsen. Se trata de un trabajo exigente que requiere atención constante: “Es una ocupación 24/7”, añade, explicando que el equipo trabaja por turnos para cubrir todas las horas del día.
Las observaciones meteorológicas inician a las 6:00 de la mañana. “Se hace manualmente, luego tienes que salir y revisar el cubo que recoge la precipitación”, detalla Robertsen. Durante el invierno, es necesario derretir la nieve y el hielo para determinar cuánta agua ha caído. Los datos son luego transmitidos al Instituto Meteorológico Noruego en Tromsø y Oslo. “Esta pequeña observación es en realidad bastante crucial para los sistemas de pronóstico del tiempo en el norte, porque las observaciones son muy escasas en esa área”, subraya.
Menos hielo, menos osos
Desde sus primeras misiones al Ártico en la década de 1990, Robertsen ha sido testigo del cambio climático. “Cuando empecé a ir al norte, había mucho hielo. En los últimos años, hay menos hielo y menos osos polares. Se puede ver el cambio climático”, confiesa. Los osos polares están clasificados como una población vulnerable desde 1982 en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), siendo la pérdida de hielo marino en el Ártico la amenaza más urgente para la especie. Sin embargo, la evaluación precisa de su número es casi imposible.
En invierno, los empleados de la estación siempre salen en parejas y deben ir armados debido a la presencia de osos polares, aunque Robertsen señala que es más raro encontrarlos hoy en día. En abril, durante su última misión a la isla, Robertsen sufrió un accidente mientras realizaba trabajos de carpintería: se resbaló y se cortó un dedo por completo y parte de otro. Debido a las duras condiciones climáticas, tuvo que esperar alrededor de 26 horas antes de ser evacuado por helicóptero y transportado a un hospital. “Fue una tormenta de nieve intensa, solo al día siguiente llegó el helicóptero”, recuerda.
Al mirar hacia atrás, Robertsen no se arrepiente de los años pasados bajo condiciones de vida austeras. “El Ártico me ha dado tantas experiencias y recuerdos, así que es un pequeño precio a pagar por mi dedo meñique izquierdo y parte de mi dedo anular”, concluye.