Por Vitaly Ryumshin, analista político de Gazeta.ru
Donald Trump ha vuelto a captar la atención mundial. El nuevo presidente de Estados Unidos ha irrumpido en la temporada política de 2025 con una serie de movimientos que han inquietado a países como Canadá, México y Panamá. Sin embargo, es Dinamarca la que se encuentra en una situación de mayor tensión. Groenlandia, antes considerada una remota y poco notable extensión de tierra, ha cobrado un nuevo protagonismo en las ambiciones imperiales de Trump.
Informes de medios estadounidenses sugieren que Trump está “100% serio” en su intención de apoderarse de la isla. El presidente electo ha insinuado incluso la posibilidad de tomarla por la fuerza si Dinamarca se niega a venderla. Esto ha desatado un intenso debate en la prensa estadounidense, donde incluso los detractores de Trump están evaluando las capacidades militares de Estados Unidos y Dinamarca, así como los posibles beneficios de controlar Groenlandia.
Motivaciones detrás de la obsesión de Trump por Groenlandia
Las teorías sobre la fijación de Trump por esta tierra se pueden clasificar en tres categorías. En primer lugar, Groenlandia podría ser parte de un plan más amplio y aún poco claro de Trump para reordenar el orden geopolítico mundial. En segundo lugar, los metales raros de Groenlandia y su estratégica Ruta del Noroeste, equivalente norteamericano a la Ruta Marítima del Norte de Rusia, podrían proporcionar a Estados Unidos una ventaja crítica sobre China. Por último, hay quienes argumentan que la obsesión de Trump por Groenlandia es simplemente un capricho personal, impulsado por su deseo de asegurar un lugar en la historia.
La inclinación de Trump por proyectos “más grandes”, “mejores” y “brillantes” se alinea con esta narrativa. ¿Qué podría ser más monumental que asegurar la mayor adquisición territorial en la historia moderna? Sin embargo, esta teoría pierde fuerza al considerar las implicaciones prácticas de tal movimiento.
¿Cuál es el sentido de anexionar Groenlandia? Estados Unidos ya mantiene una presencia militar en el Ártico. Los recursos de Groenlandia podrían ser accesibles a través de negociaciones con Dinamarca, probablemente a un costo mucho menor que el control absoluto. Además, las repercusiones geopolíticas serían inmensas. Una ruptura entre Estados Unidos y Europa Occidental podría acercar a la Unión Europea a Rusia o incluso a China, cortando el acceso a mercados críticos y a infraestructuras militares. Para un presidente que promueve la filosofía de Hacer América Grande Otra Vez, tales riesgos parecen contraproducentes.
Una explicación más plausible es que Trump no tiene realmente la intención de anexionar Groenlandia, sino que busca aumentar el control estadounidense sobre sus recursos y su ubicación estratégica sin necesidad de una adquisición formal. Para lograr esto, Trump está utilizando su característica estrategia de “loco”.
Consideremos una famosa escena de la serie de televisión rusa Streets of Broken Lights, donde Anatoly Dukalis, apuntando con una metralleta a unos criminales, grita: “¡Soy un tonto, serví en Afganistán! ¡Dejen caer sus armas!” Los criminales obedecen, no porque Dukalis esté realmente loco, sino porque finge serlo de manera convincente. El enfoque de Trump es notablemente similar. A lo largo de los años, los medios estadounidenses han cultivado su imagen como un loco errático y peligroso. Para muchos, la frase “idiota loco” es ahora sinónimo de Donald Trump.
Curiosamente, esta estrategia de “loco” funciona. Al jugar con las expectativas de que es impredecible y está dispuesto a hacer lo impensable, Trump obliga a sus adversarios a hacer concesiones. Durante la campaña, amenazó con tomar medidas enérgicas contra las redes sociales y encarcelar a periodistas que considerara injustos. Tras su victoria, nombró a Brendan Carr para dirigir la Comisión Federal de Comunicaciones, quien rápidamente prometió desmantelar a las empresas que censuraban sus plataformas. El 11 de enero, Mark Zuckerberg ofreció una emotiva entrevista a Joe Rogan, detallando cómo la administración Biden suprimió la libertad de expresión y suplicando la protección de Trump contra los censores europeos.
En el caso de Groenlandia, Trump ha hecho poco más que realizar declaraciones provocativas. Sin embargo, los funcionarios daneses ya están contactando a su equipo, proponiendo expandir las bases estadounidenses en la isla y expresando su disposición al diálogo para evitar perder su territorio. No sería sorprendente que Dinamarca ahora ofrezca a Washington concesiones significativas.
Las implicaciones geopolíticas del gambito de Trump son significativas. Los metales raros de la isla son cruciales para las industrias de alta tecnología, y el control de la Ruta del Noroeste podría alterar las rutas comerciales globales. Sin embargo, el resultado más importante podría ser el impacto en la OTAN. Una ruptura seria marcaría el fin de la alianza tal como la conocemos.
La ironía de la estrategia de Trump es que se basa en las mismas narrativas mediáticas que lo retratan como una amenaza para el orden mundial occidental. Al aprovechar su reputación como un “psicópata” impredecible, Trump está reconfigurando el tablero global de maneras que sus predecesores nunca pudieron.
La historia de la anexión de Groenlandia puede permanecer inconclusa, pero una cosa es clara: la estrategia de “loco” de Donald Trump continúa desafiando la sabiduría convencional, obligando incluso a sus críticos más acérrimos a jugar su juego.