La vida de los cirujanos de barco en los siglos XVI y XVII es un tema que ha permanecido relativamente oscuro, a pesar de ser fundamental para el bienestar de los marineros que enfrentaban condiciones adversas en alta mar. Durante este periodo, el cirujano del barco era el único profesional de la salud disponible para los marineros que sufrían lesiones o enfermedades. La figura del cirujano se volvió esencial en un contexto de exploración marítima y expansión comercial, donde el riesgo de accidentes y enfermedades era alto.
La labor del cirujano en alta mar
La responsabilidad del cirujano a bordo de un barco era considerable. No solo trataba heridas y enfermedades, sino que también debía equipar el botiquín médico, elaborar sus propios remedios y garantizar la sanidad del barco. A lo largo del siglo XVII, los cirujanos comenzaron a formar parte de la tripulación de barcos mercantes y navales británicos, especialmente en un periodo marcado por la guerra y la expansión de la Marina Real.
Los cirujanos eran formados a través de aprendizajes, ya sea en tierra o a bordo. En sus guías de práctica, como las de John Woodall, se recomendaba a los aprendices observar de cerca los signos de enfermedad en la tripulación y adquirir experiencia práctica en el tratamiento de los enfermos. Este enfoque reflejaba una necesidad de conocimiento tanto práctico como teórico en un entorno donde las lesiones eran comunes debido a condiciones climáticas adversas y las exigencias del trabajo en el mar.
Los relatos de los cirujanos, como el de Henry Watson a bordo del HMS Tyger, ofrecen una visión escalofriante de la vida a bordo. En uno de sus logros, documentó cómo un tripulante sufrió una caída mortal, lo que resalta tanto los peligros físicos del trabajo en el mar como la crudeza de las lesiones que debían tratar. Las enfermedades también representaban un gran desafío, ya que el espacio confinado y la falta de ventilación facilitaban la rápida propagación de enfermedades como el tifus y la disentería. En este contexto, el escorbuto, causado por la falta de vitamina C, se convirtió en un problema serio en los viajes largos, a pesar de que las recomendaciones para el uso de frutas cítricas no se adoptaron hasta más tarde en la Marina Real.
Además de los desafíos físicos, la vida a bordo también implicaba un desgaste psicológico significativo. Los barcos eran espacios cerrados y claustrofóbicos, donde la falta de privacidad y la prolongada ausencia de tierra podían resultar desorientadoras. Las tormentas y el peligro constante de la guerra generaban una tensión emocional considerable entre la tripulación. Los escritos de los cirujanos ofrecen un vistazo a estas experiencias; por ejemplo, John Looker, desde el Blackham Galley, describió la angustia compartida de la tripulación frente a tormentas que amenazaban con hundir el barco.
En conclusión, la figura del cirujano de barco no solo es crucial para entender la evolución de la medicina marítima, sino que también refleja las dificultades de la vida en alta mar durante un periodo de intenso desarrollo marítimo. A través de sus escritos, se puede apreciar tanto su destreza profesional como los retos emocionales y físicos que enfrentaron en un contexto de expansión global y conflictos bélicos.