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El parto en casa como violencia obstétrica

In Opinión, Portada
junio 04, 2021

La maternidad y todo lo que la rodea es sin duda una de las cuestiones que más desnudan la verdadera ideología de las personas. Preguntando a alguien por su visión sobre la maternidad y la crianza podemos definir la tendencia política de esta persona mejor que si le preguntamos por su voto. Y es que algo tan relevante para la reproducción física de la vida humana viene preñado – nunca mejor dicho – de una gran cantidad de preceptos ideológicos acerca del papel de la mujer, del hombre y del Estado en la organización del trabajo productivo y reproductivo. Y, sin embargo, suele ocultarse ese hecho detrás de la idea de naturaleza y la condición animal y mamífera del ser humano, como si no hubiese nada más que discutir.

Ciertamente, parir es algo que también hacen las hembras de muchas otras especies. Para algunas de ellas, parir es más fácil y menos peligroso que para otras. En el caso de las mujeres, la cosa se complicó durante nuestro proceso de hominización, cuando pasamos a ser una especie bípeda que andaba erguida sobre sus dos piernas, y en consecuencia nuestro canal de parto se estrechó. Así, el proceso de alumbramiento se hizo más doloroso y complejo, aumentando el riesgo de morir en el parto. De hecho, morir pariendo ha sido algo muy habitual en la Historia, y lo sigue siendo en muchas partes del planeta en las que no existe la atención médica necesaria.

Desde hace a penas tres generaciones, en el llamado primer mundo las mujeres podemos acudir a un hospital a dar a luz con total seguridad, por lo que muchas de las personas que estarán leyendo esto habrán nacido en casa. Podrían contarnos muchas anécdotas de aquella época, con final feliz o trágico, de lo que pasaba cuando las mujeres tenían a varias criaturas asistidas por una comadrona en su propio hogar, cuando había pocos hospitales, o las malas comunicaciones por carretera y la falta de medios de transporte hacían muy difícil llegar a tiempo a un hospital. Y especialmente en el mundo rural. Afortunadamente, aquellos tiempos pasaron para nosotras, y ahora podemos dar a luz en un hospital sin temer morir en el intento. La atención médica para las mujeres al dar a luz, así como un parto indoloro – infringiendo la ley divina del “parirás con dolor” -, fueron logros conseguidos por las mujeres y feminismo.

En los últimos tiempos estamos asistiendo a la proliferación de discursos de tipo naturalistas que han revalorizado el dolor, el “vivir la experiencia”, el “estar conectada a tu cuerpo”, y propugnan que lo bonito y verdadero es parir con dolor. Pero no porque lo diga la Biblia, sino porque lo dicta la “naturaleza”. Mismas ideas con distintos disfraces e idénticos resultados. Pero por si esto no fuera lo suficientemente siniestro, la cosa va más allá, y actualmente se incita a las mujeres no sólo a parir con dolor, sino también a hacerlo en la comodidad del hogar. Y para colmo, consideran que esta es la forma “feminista” de dar a luz.

¿De dónde procede esta confusión y retorsión del feminismo para devolvernos al parto con dolor en casa? Pues, probablemente, de la tramposa e individualista idea de la libre elección, tan popular en nuestro capitalismo neoliberal. Es un resultón argumento que sirve para un roto y para un descosido, ya sea el parto en casa, la prostitución o los vientres de alquiler. Así nos ahorramos atender a cuestiones mucho más complejas que aparecen cuando aplicamos la perspectiva social y colectiva por encima de la individual.

Esto se nota especialmente cuando entra en juego la cuestión de la gestión de los recursos. Quienes defienden el parto en casa son conscientes de los riesgos que entraña su propia propuesta, así que abogan por un parto en casa con todo el personal médico necesario, con todo el instrumental que pudiera ser necesario, y con una ambulancia esperando en la puerta por si hay que salir pitando para salvar la vida a la madre o la criatura. Supongo que esto deja fuera de la maravillosa experiencia de parir en casa a la que vive en un quinto sin ascensor de una calle peatonal. Pero olvidémonos de esta pobre infeliz, y pongámonos en el supuesto de que todas las mujeres que están de parto ahora mismo estuviesen dando a luz en sus hogares con todas esas atenciones.

Quienes defienden el parto en casa deben de vivir en un fantástico mundo con infinitas ambulancias, infinito personal médico y, en general, infinitos recursos para que todas las mujeres que paren puedan estar cómodas y seguras en sus casas. Pero en el mundo real la sanidad lleva más de una década sufriendo recortes, privatizaciones, cierres de centros de atención primaria, y para rematar, una pandemia que ha dejado a nuestro sistema de salud desnudo y tiritando. Así que, siendo realistas, sería inviable ofrecer un parto domiciliario lo suficientemente seguro – nunca igual ni más seguro que hacerlo en un hospital – a todas las mujeres que ahora mismo están de parto. Por tanto, parir en casa de forma mínimamente segura únicamente es viable si sólo unas pocas deciden hacerlo. Porque si quisieran hacerlo todas, se nos fastidia el invento, y pronto empezaremos a contar muertas. Además, sería injusto que unas pocas pudieran parir en casa con todas las garantías posibles a condición de que la gran mayoría tenga la sensatez de hacerlo en un hospital como cualquier hija de vecina.

Recientemente, desde los medios de comunicación de masas se ha empezado a tocar la cuestión con cierta insistencia, presentando el parto en casa como una opción respetable que debe verse con buenos ojos, señalando sus supuestas virtudes. Esto ha levantado las sospechas entre muchas feministas que, como buenas malpensadas que somos, creemos que no es casualidad que esto ocurra justo cuando la sanidad pública está en su peor momento. El fomento del parto domiciliario bien podría responder a una estrategia de privatización de esa rama de la atención médica. Porque, como hemos dicho, en la medida en que más mujeres decidan parir en casa, menos serán los recursos públicos que podrán destinarse a hacerlo de forma relativamente segura. Así que más pronto que tarde el sector privado tomará el control. Con más mujeres pariendo en casa, y con una atención privatizada que prioriza el lucro económico de la empresa, la cosa no pinta bien para las mujeres.

Llegado a este punto, quienes defienden el parto en casa ya nos estarán acusando de infantilizar a las mujeres que libremente han querido dar a luz en su cama, de asustarlas diciéndoles que podrían morir, y hasta de ser unas malvadas capitalistas que las criminalizan por querer parir en casa de forma “natural” – o mejor dicho, feudal -. Una vez más recurren a lo individual, y olvidan que viven en un mundo de relaciones socioeconómicas, de recursos finitos, y se quedan en la idealización personal del parto deseado.

El principal argumento esgrimido por parte de quienes defienden el parto en casa es la violencia obstétrica que pueden sufrir las mujeres por parte de profesionales de la salud en un hospital. Sin embargo, reclaman esos mismos profesionales para atender al parto en casa, como si al entrar en la vivienda privada desapareciera la violencia obstétrica por arte de magia, como si en el hogar no pudiera existir. Lo que es seguro es que, dentro del hogar, cualquier violencia es mucho más invisible. Por lo que abordar la cuestión de la violencia obstétrica llevándola de vuelta al espacio privado carece de sentido. Esa forma de violencia contra las mujeres deber ser abordada mejorando el sistema de salud pública y la atención médica de las mujeres, no refugiándose en casa como si así se fuera a solucionar la cuestión.

De hecho, los discursos de quienes defienden o difunden las bondades del parto en casa bien podrían considerarse como una nueva forma de violencia obstétrica y un atentado contra la salud de las mujeres, ya que su idealización del parto domiciliario incrementa el número de mujeres que puedan sentirse seducidas por la idea de parir en casa y, en consecuencia, hacen aumentar su riesgo de morir en el parto, que es lo que ha pasado en Holanda. No debemos olvidar que si ahora han empezado a circular con fuerza este tipo de discursos es porque son coherentes con el retroceso generalizado no sólo en el terreno ideológico, sino también en el de las condiciones materiales y de los servicios públicos. Como es habitual, las mujeres pagamos los platos rotos con la salud o la vida.

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Marina Pibernat Vila, nacida en Girona en 1986. Estudió historia y antropología sociocultural. Feminista y comunista. Actualmente es miembro de la Comisión del Centenario de la Revolución Socialista de Octubre.

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