La tragedia de Uglegorsk: el éxodo de la “ciudad de los muertos”

In Internacional
febrero 03, 2015

Komsomólskaya Pravda | Alexánder Kots, Dmitri Steshin | Traducido del ruso por Íñigo Aguirre.

Los milicianos han abierto un corredor humanitario para los ciudadanos y han organizado la evacuación. La parte ucraniana no ha querido dejar pasar a los civiles a través de la línea del frente. Relato de nuestros corresponsales.

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La gente ha comenzado a abandonar la ciudad por la mañana temprano. Nos topamos con la primera columna de refugiados a las afueras ya de Górlovka. Vehículos atestados de gente, con las lunas cubiertas de vaho y con sábanas blancas, con pañuelos o bufandas en las antenas y retrovisores. Esta gente apenas lleva nada consigo, han salido corriendo con lo puesto, metiéndose en los automóviles como han podido. Luego nos hemos empezado a cruzar con camiones militares “Ural”, que llevaban niños en las cabinas. El primer punto de transbordo se encuentra junto al edificio de oficinas de una de las minas. Aquí los milicianos comprueban los documentos: en la ciudad han quedado no pocos militares ucranianos, escondidos en sótanos, pisos y casas abandonadas. Nadie quiere incomodar más a esta gente. Echan un vistazo a los pasaportes y adelante, a Makieyevka, donde van a dar de comer a los refugiados y a distribuirlos en albergues provisionales.
-Ya no existe, se podría decir, el centro de la ciudad, cuenta Liudmila Vladímirovna, una de las refugiadas. Anteayer lo arrasaron con los “Grad” que lanzaron desde Debáltsevo. ¿Cuáles pasillos? Nosotros salimos corriendo. Salimos de los sótanos y pusimos pies en polvorosa: Vivimos en las afueras, por eso no sabíamos nada. No hay como comunicarse. No había luz, no podíamos cargar los teléfonos.

-Hemos podido escapar de Uglegorsk, dice un hombre: ¿Cómo está la cosa? Hay intercambio de disparos: no ha quedado nada de Uglegorsk. Donde vivíamos ha ardido el tercer piso, en el segundo hay un socavón. Nos están lanzando “Grad” desde Debáltsevo como si nada.

– En la aldea Grozni, junto a Uglegorsk, se han quedado mis padres, no sé cómo sacarlos, nos dice llorando Valya, una mujer. Todo está destruido. Hemos estado tres días tirados en el suelo en nuestro piso. Luego conseguimos correr hasta el sótano. Hemos estado allí, arrastrándonos por los sótanos. Hemos estado 5 días sin poder salir, no podíamos salir del portal, había disparos. No sé quiénes eran, llevaban una bandera ucraniana. Iban corriendo por los portales y disparando. Por dos veces impactaron obuses en nuestra casa.

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– ¿Has tenido miedo? Le preguntamos a un adolescente que va en el asiento delantero de una furgoneta “Gacela”.
– No, nos dice gritando. El chaval parece que lleva algún golpe: He estado escondido con mi madre en el sótano.
-C/ Stankievski, 7, allí unos ancianos se han quedado solos en el bloque. Son inválidos, no pueden bajar desde el tercer piso, nos gritan desde el interior de la “Gacela” otros refugiados que han podido escapar: ojalá a Poroshenko le toque vivir lo que estamos pasando ahora nosotros, que sus hijos pasen por esto.
Reina un silencio poco habitual. Los militares nos confirman que el alto el fuego se ha acordado hasta la una del mediodía. Avanzamos diez kilómetros más, hasta el límite de las zonas residenciales de Uglegorsk. Todos los campos que rodena la carretera están minados. Ya están los zapadores trabajando. La tierra está salpicada de varillas metálicas con triangulitos rojos en los extremos, que señalan el lugar donde han detectado una mina. En mitad del campo de minas, en mitad de un charco formado por la nieve derretida. Ni la lógica, ni la imaginación ayudan a entender que puede pintar ahí.

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Junto a las primeras casas de Uglegorsk, junto a un cruce ferroviario completamente reventado, encontramos una fila interminable de personas, que esperan para subir a algún transporte, con aspecto abatido. La gente continúa huyendo de la ciudad por la única carretera abierta. Van cargados con fardos atados con nudos y con esas bolsas de tela a cuadros, que desde hace tiempo se han convertido en sinónimo visible de la desgracia, la miseria y el sufrimiento.

Con el barro hasta la rodilla, la gente ha de chapotear por ese fango, calzados con zapatos caros, con abrigos de piel con los bordes mojados. Se han puesto lo más caro que tenían, la ropa de domingo. Todo lo que han podido coger consigo. Una niña con ropa elegante lleva a un gato en una jaula. Una anciana, pobremente vestida se apoya a cada paso en el fardo que lleva. Todo lo que lleva dentro de él, seguramente está ya mojado y enlodado.

A la fila de refugiados, uno tras otro van llegando camiones. La gente antes de subir deja las bicicletas, los cochecitos de bebé y las sillitas de niño. Entre las piernas se cruzan decenas de perrillos abandonados. Detrás de un miliciano que está organizando la evacuación, hay un perro pastor de raza, indescriptiblemente sucio, sin collar, que no se le despega. Mueve las orejas, atento a todo. A veces se pone a dos patas. Pilla cada palabra del nuevo amo. Parece que ha tenido suerte en este terrible trance.

Alguien nos coge del brazo:

-Chavales, ¿sois de Rusia? ¿De la tele? ¿Podemos decir a la cámara que estamos vivos?
Nos rodean por todos lados, transmiten saludos para sus familiares en Moscú, Tiumen, Sebastopol, Bélgorod, Novosibirsk, Járkov, Odesa. Un horrible intercambio de nombres de supervivientes y gente viva.

La gente, que está huyendo de un auténtico infierno, cada uno como puede, nos relata sus desgracias y sufrimientos.

-Ayer salieron nuestros amigos; Nosotros tuvimos miedo, porque disparaban por la espalda, nos dice una joven.
– Estábamos en un sótano. A mi hermano lo mataron. ¡Mataron a mi hermano! Llora desconsolada una mujer joven con su bebé. Hemos estado con los niños, en un sótano frio. Seis días sin salir.
– Transmita a Yanochka en la región de Bélgorod que estamos vivos, y a Crimea también, comuníquenle que hemos sobrevivido. Nos asalta una señora mayor: señor Poroshenko, siéntese a negociar. Por nuestros niños, por nuestros ancianos. Es imposible seguir aguantando esto.

Esta es la ciudad de los muertos. Llevamos seis días sin comer nada, sin beber, nos estábamos volviendo locos, nos dice otra mujer entre sollozos. Esto es un genocidio contra el pueblo. Simplemente nos están matando. Nos han estado matando durante 6 días. Le tiemblan las manos. Hemos tocado todas las puertas, llamado a la prensa, para decirles, que aquí había niños. Solo los niños nos han salvado, hay que agradecérselo a ellos: Pero de todas formas, que corredor es este, cuando están disparando desde aquel lado… Los ucranianos no dejan pasar a aquel lado, allí no se puede huir. Para ellos somos como prisioneros, como si tuviéramos la culpa de algo.
– Los nazis al salir del internado, atrajeron el fuego hacia su posición, relata un hombre. Entonces comenzaron a llover los “Grad” desde Debáltsevo. Lo han destruido todo.

Al mediodía, comienza a disparar la artillería, lanzando obuses que pasan sobre la masa de refugiados. Nadie se agacha ni mira al cielo. Ya hay pocas cosas que les puedan sorprender… Se nos acerca corriendo un miliciano:
Chicos si podéis marcharos de aquí, rápido, Van a disparar, ¿me oyen?

En algún lado, cerca comienzan a sentirse las explosiones. El cruce es un lugar que ya ha sido blando de los proyectiles, por decirlo de un modo suave, así que nuestros temores están más que fundados. Sobre las cabezas de la gente en el remolque del camión se van pasando una silla de minusválido, tras ella llevan en brazos a un hombre, terriblemente pálido, con las piernas muy rectas, de un modo poco natural. Viene a buscarnos un mando de la milicia, apodado “Gogui”. En junio, estuvimos juntos corriendo por los sótanos de Simiónovka, cerca de Slaviansk, cuando un tanque andaba cazándonos. Son amistades imposibles de olvidar hasta la vejez.

“Gogui” nos cuenta que en la ciudad se está produciendo lo más terrible que uno pueda imaginar en una situación así: una “tarta de capas”. Gente de los batallones territoriales que ha quedado rodeada, y que temen, no sin razón, caer prisioneros, mezclados con desertores, con grupos aislados que no piensan entregarse, francotiradores enrabietados, que disparan a todo lo que se mueve, y que son signos de la presencia del ejército ucraniano, en una ciudad que hace tiempo que han perdido.

Y luego están los civiles que quedan en los sótanos, que impiden que se puedan usar granadas, para terminar de “limpiar” la zona.

-La situación en la ciudad es difícil, nos cuenta “Gogui”. Ayer por la tarde salieron más de tres “Urales” con civiles y una decena de furgones. Es extraño que las tropas ucranianas no los evacuasen. Cuando comenzaron a retroceder, nadie se preocupó de los civiles. Hay mucha gente mayor, jubilados, que apenas puede moverse. Les hemos estado ayudando. Desde la mañana, hemos sacado a otros 150. Otros llegan aquí por su propio pie. Quedarán como 200 personas, no se puede saber con seguridad. Estamos recorriendo todas las casas, no tanto por los soldados ucranianos que puedan quedar, sino en busca de civiles supervivientes. Disparan con regularidad, de forma caótica. No se entiende dónde apuntan. Disparan contra las zonas residenciales.

Llegamos hasta el final de una de esas zonas, aparcamos detrás de una valla. Gogui da las órdenes.

– Aquí correremos esos 20 metros, somos un blanco para un francotirador que queda en el bloque de 9 pisos.

Corremos dando saltos como locos, bajo nuestros pies, restos de alambradas, cables derribados por los obuses y esqueletos de neumáticos. A nuestra izquierda se deja sentir un vivo intercambio de disparos y explosiones de mortero, “Sparta” continúa limpiando los barrios de la ciudad. Balas perdidas pasan silbando en algún lado, por encima de nuestras cabezas.

Un complejo hotelero de lujo ha quedado en el lado de la ofensiva de las tropas de Novorrusia. Está parcialmente quemado y destruido. Las farolas de forja aparecen entrelazadas por una fuerza terrorífica. En la “montaña alpina” entre el musgo y las piedras asoman trozos de restos humanos entre harapos de uniforme de camuflaje. Tres tanquistas ucranianos se quedaron a escasos metros de la entrada del refugio. En los últimos meses hemos visto decenas de niños, ancianos y ancianas, que tampoco tuvieron tiempo de llegar a los refugios, que murieron junto a la entrada de los sótanos, de los portales y soportales…

En el pecho de uno de los cadáveres hay una libreta de notas, el viento hace correr las hojas. Están vacías. Uglegorsk ahora también está vacío.

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