776 views 9 mins 0 comments

Juana I de Castilla

In Cultura, Literatura
septiembre 11, 2018

La reina Juana I de Castilla, nació en Toledo en el año de 1479, fue la tercera hija de los Reyes Católicos, quienes la casaron con el primogénito de Maximiliano I, Felipe de Habsburgo, quien hasta ese momento ostentaba el título de Archiduque de Austria. Al contraer nupcias con Juana, se convirtió en Felipe I de Castilla, más conocido como Felipe el Hermoso.

Ella pasó a ser heredera de las coronas de Castilla y Aragón tras la muerte de sus hermanos mayores y de un sobrino. Luego, tras jurar como heredera por las cortes de Castilla en 1502, empezó a manifestar una enfermedad mental que le valió el apodo de Juana la Loca.

Una vida tormentosa

Tan solo un breve resumen de su apasionante historia es lo que se expresa en este artículo publicado en el ABC. Este desafortunado apodo le valió el pasar casi medio siglo de su existencia encerrada en el castillo de Tordesillas. Esta pena le fue impuesta por su padre y luego fue continuada por su hijo. Con este castigo, quedaba incapacitada para gobernar. Pero aun así, el enamoramiento tan intenso y sus celos desmedidos hacia su marido Felipe el Hermoso calaron profundamente en el romanticismo del siglo diecinueve y su intensa relación amorosa quedó plasmada en muchas obras de la literatura y de la pintura. Muchos no dudaban de la enfermedad mental que le aquejaba y otros creían que podía estar poseída.

En cualquier caso, aún en nuestros días, existe la duda de si todo se trató simplemente de manejos oscuros para alejarla del trono de Castilla o en realidad tenía una enfermedad mental. Lo que sí es cierto es que su existencia se vio colmada de tantos desasosiegos y sinsabores que si, realmente no estaba loca, podría decirse que estaba férreamente cuerda pues cualquier otra persona sí que habría enloquecido.

Algunos hechos importantes de la historia

Corría el año mil cuatrocientos setenta y nueve, cuando, en el día sexto, comenzaron a doblar las campanas de júbilo por la llegada a este mundo del tercer vástago de los Reyes Católicos en la ciudad de Toledo. El nuevo miembro de la familia real, parido por la reina Isabel I de Castilla, era una niña y recibió el nombre de Juana, otorgado por su padre el rey Fernando II de Aragón en memoria y honor de su padre Juan II El Grande, abuelo de la recién nacida y quien había fallecido en enero de ese mismo año.

Educación

Unos pocos años más tarde, durante la etapa dedicada a su educación, ella y sus hermanos contaron entre sus educadores a prestigiosas figuras tales como Beatriz Galindo, apodada «La Latina» y el siciliano Lucio Marineo Sículo, quien fue capellán y cronista del rey Fernando. Un hecho importante de destacar, es que en aquellos días, las princesas que no estaban destinadas a gobernar, recibían una educación orientada hacia las artes, buenos modales y desde luego la obediencia absoluta a sus padres y la religión. Punto este último que trajo grandes vergüenzas a la Reina pues, desde muy pequeña se mostró desinteresada por el tema.

Paralelismo insospechado

La infancia era tranquila, discurriendo entre los reales Alcázares de Toledo y de Segovia con esporádicas visitas al castillo de Arévalo, lugar donde vivía su abuela Isabel de Portugal. Imposible es que por aquellos días la infanta Juana pudiera imaginar ni de la manera más remota, el paralelismo que tendría en el futuro, su existencia con la de su abuela, pues Isabel de Portugal, estaba completamente enajenada y pasaba sus días dando espantosos alaridos por los recintos y galerías del castillo. Locura que según las crónicas de la época, se debía al hecho de que su hijastro Enrique ascendió al trono y en su profunda tristeza perdió la razón.

Surge la pasión

Posteriormente ya un poco más crecida, fue enviada a Flandes con la intención de casarse con Felipe de Habsburgo, Archiduque de Austria. Durante ese tiempo, los Reyes Católicos, padres de Juana, tenían perfectamente planeadas todas las alianzas matrimoniales de sus hijos pues, como era costumbre, estas uniones se enfocaban en conseguir estrategias políticas, que servían para dar estabilidad a los reinos, y en este caso en particular, sus padres tenían un marcado interés por mantener alejado al rey de Francia. El viaje se hizo por barco y tuvo algunos contratiempos importantes, pero lo más notorio fue el loco enamoramiento mutuo de los jóvenes que consumaron su unión de manera informal el mismo día de la llegada de ella y luego la formalizaron debidamente.

Celos, malditos celos

Pero este período color de rosa no duró, y pronto se vio empañado por las innumerables infidelidades de Felipe, que dieron rienda suelta a horribles ataques de celos en Juana y sus posteriores reconciliaciones apasionadas. Durante estos años, esta relación trajo al mundo tres niños conocidos por los nombres de Leonor, nacida en 1498, Carlos en 1500 e Isabel en 1501. Un hecho curioso con respecto al nacimiento de Carlos, es que se cuenta que nació en los lavabos del palacio de Gante, debido a que Juana se empeño en asistir a una fiesta que allí tuvo lugar, para poder vigilar a su esposo.

Aunque el nombre que recibió su hija Isabel, le fué dado por Juana en honor de su abuela, esto no evitó que tras un disgusto, Isabel la católica falleciera enemistada con su hija. Posteriores berrinches, que protagonizara Juana por celos, hicieron que su esposo decidiera recluirla, pero la muerte de su madre le obligó a ser más comprensivo.

Juana es finalmente declarada loca

Tras la muerte de Isabel la Católica, Felipe el Hermoso no puede ocultar más sus deseos de ser rey, y en sus ansias, desencadena toda una serie de eventos que dan como resultado lo que ya es historia documentada. Juana es finalmente declarada loca. Desde de este momento se le conocerá tristemente como Juana La Loca.

Reclusión en Tordesillas

Fue recluida en el Castillo de Tordesillas por su padre el rey Fernando, en el año de 1509 cuando tenía treinta años de edad y allí permaneció hasta su muerte sufriendo los vejámenes de la guardia que le custodiaba, pues su hijo Carlos quien ascendió al trono como Carlos I de España tras la muerte de Fernando su abuelo, se encargó de que no abandonara ese lugar.