Guennadi Ziugánov. Presidente del CC del PCFR Pravda | Traducido del ruso por Íñigo Aguirre.
Declaración del Presídium del CC del PCFR
Hace un cuarto de siglo como resultado de la conjura de Belovezh, fue destruida la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El PCFR califica este acontecimiento como el mayor crimen de la historia contra los pueblos de nuestra patria común. A día de hoy seguimos sin poder superar sus consecuencias. Peor aún. Los hechos muestran que esas consecuencias se siguen profundizando, creando una amenaza directa para la Federación de Rusia.
La creación de la URSS supuso la continuación natural de la historia multisecular de nuestro país. Su aparición en el mapa mundial, tras la caída de la monarquía de los Romanov, fue sin duda una obra viva de creación de las masas, encabezadas por el partido de los bolcheviques. Lenin y sus correligionarios consiguieron doblegar la voluntad de los gobiernos burgueses, que aspiraban a llevarse a los pueblos de nuestro antiguo imperio a sus chiribitiles nacionales. En su lugar irrumpió la época de la impetuosa construcción de socialismo y del desarrollo del país.
A lo largo de toda la historia de existencia de la URSS se produjo contra ésta un interminable ataque externo. Lo pusieron en marcha las fuerzas imperialistas que odiaban el socialismo y estaban interesadas en apropiarse de las riquezas de nuestra patria. El Estado soviético confirmó su viabilidad en numerosas ocasiones. En los años 20 intentaron asfixiarlo aislándolo internacionalmente. En los años 30, el peligro militar creció de forma desbocada: los planes para atacar a la URSS no solo los construyó Hitler, también el Imperio británico con Francia. La Gran Guerra Patria supuso una prueba terrible. Luego siguió la de declaración de “guerra fría” por parte de Occidente; Surgió la amenaza de la utilización de las armas atómicas contra el país de los Soviets.
«Los planes para atacar a la URSS no solo los construyó Hitler, también el Imperio británico con Francia»
El logro de la paridad nuclear enfrió los ánimos a aquellos que maduraban los planes para la destrucción militar de la URSS. En estas condiciones, varió la táctica de nuestros adversarios: comenzaron a toda prisa a perfeccionar los métodos de sabotaje dentro del bloque soviético. Se pusieron en práctica los mecanismos que hoy día hemos venido llamando revoluciones “de colores”. Así cabría calificar los acontecimientos en la Hungría de 1956, en la Checoslovaquia de 1968 o en la Polonia de comienzos de los 80.
La URSS fue destruida como resultado de la traición de la élite del aparato del Partido y el Estado, en combinación con la actividad de zapa de los enemigos geopolíticos de nuestro país. La aspiración de enriquecimiento personal de la dirigencia aburguesada de la Unión Soviética, coincidió con los intereses de las fuerzas de la globalización imperialista. Esto permitió destruir el COMECOM, el Pacto de Varsovia y la propia URSS.
Hoy, un cuarto de siglo después, estos acontecimientos unívocamente solo pueden ser calificados como la más grande catástrofe geopolítica. Y no es la opinión únicamente de los miembros del PCFR o de los representantes de la oposición patriótica de izquierdas. También lo es de los más altos dirigentes de Rusia. Las consecuencias de esa catástrofe no solo se dejaron sentir en la vida de los pueblos de la Unión Soviética. Tuvieron una repercusión a nivel mundial. Se quebró el balance de fuerzas en las relaciones internacionales, gestado tras la Segunda guerra mundial. El denominado mundo unipolar, con EEUU a la cabeza, derivó en una cadena interminable de aventuras militares. Mediante la intromisión externa destruyeron Yugoslavia, Irak, Libia. Afganistán perdió su independencia. Siria y Ucrania y un sinfín de países africanos están divididos, inmersos en sangrientas guerras civiles. Las han provocado los políticos y los servicios de inteligencia de los EEUU y Europa. Numerosos Estados están siendo saqueados, mientras que sus poblaciones tienen que padecer sufrimientos incontables.
El hecho de que la destrucción de la URSS fuese algo premeditado y que no resultase inevitable, es algo que reconoce la práctica totalidad de nuestros compatriotas. Pero lo importante que hay que entender es que la revolución “de colores” en 1991 en la URSS perseguía como objetivo la restauración capitalista. Sus pedazos estaban condenados a convertirse en suministradores de materias primas para el sistema capitalista globalizado. En agradecimiento por su traición, los copartícipes en las antiguas repúblicas soviéticas obtuvieron el derecho a la expoliación de sus conciudadanos.
Las consecuencias de aquella traición son realmente espeluznantes.
Primero. Quedó destruido el territorio histórico de Rusia y la URSS, conformado a lo largo de siglos. El pueblo ruso, columna vertebral del soviético, pasó a convertirse en el pueblo más disperso en el mundo. En el espacio de la antigua Unión, surgieron y continúan haciéndolo, nuevos conflictos bélicos sangrientos que se han llevado por delante la vida de cientos de miles de personas.
Segundo. La economía del país ha sido ocupada por dueños privados, tanto rusos como extranjeros. La privatización en Rusia siempre tuvo un carácter criminal y no perseguía ningún fin constructivo. Significó el reparto de la riqueza nacional, que ha tenido como consecuencia la tan odiada fractura social. Hoy en Rusia, el diez por ciento de los más ricos acaparan casi el noventa por ciento de la riqueza nacional. Además esa carrera por el enriquecimiento personal de unos pocos, ha supuesto la destrucción de miles de empresas. A fecha de hoy no se ha detenido ese proceso.
Tercero. Tras la destrucción de la URSS, Rusia se vio privada del estatus de superpotencia en la arena internacional. En ausencia del bloque de países socialistas, nos hemos quedado prácticamente sin aliados. La propia soberanía nacional de Rusia, desde comienzos de los 90, está permanentemente en entredicho. Las posibilidades de ejercer una política exterior independiente son limitadas, algo que podemos comprobar fehacientemente en el ejemplo de la crisis ucraniana y la sangrienta tragedia de las repúblicas populares del Donbás.
Cuarto. Se ha producido un completo desplome de la capacidad defensiva. El saqueo del país en los años 90 golpeó duramente a las Fuerzas Armadas. Las consecuencias no han sido superadas a día de hoy. Las actuales Fuerzas Armadas de Rusia están aún lejos de recuperar la capacidad de combate del Ejército Soviético. La única esperanza de poder defendernos de la agresión exterior sigue siendo el potencial nuclear heredado de la URSS.
Quinto. La destrucción de la Unión Soviética conllevó la liquidación de las conquistas sociales de los trabajadores, logradas tras la Gran Revolución Socialista de Octubre. En sustitución del sistema en constante desarrollo de defensa y protección a los ciudadanos, llegó un auténtico genocidio social. A día de hoy sus víctimas, directas e indirectas, se cuentan por millones. Una minoría escandalosamente enriquecida niega a sus conciudadanos los derechos básicos: al trabajo, a la vivienda, a la educación, la salud, al sistema de pensiones. Contra los trabajadores se implementan nuevos impuestos que empeoran su situación. Los presupuestos públicos de Rusia se han convertido en un instrumento que garantiza el enriquecimiento de la oligarquía, el empobrecimiento de los ciudadanos y la degradación del país.
La destrucción a traición de la URSS representa el intento de las fuerzas del capitalismo globalizador por detener la marcha de la historia. Esta victoria provisional ha permitido al sistema imperialista prolongar su existencia, pero no ha resuelto sus problemas de fondo. Hoy el capitalismo mundial está de nuevo en crisis. Y busca las salidas a las que está acostumbrado: por la vía de las aventuras militares. Sin competencia con el sistema socialista, se está produciendo un ataque generalizado contra los derechos de los trabajadores, el recorte de los derechos sociales. Algo que ha afectado a países de Occidente como Francia y Alemania.
La ausencia de la URSS como factor de contención ha permitido al capital implementar más ampliamente la fuerza militar. La tensión política en el mundo en la frontera de los siglos XX-XXI solo ha hecho que crecer. Las bases de la OTAN están ya totalmente pegadas a las fronteras de Rusia. La histeria militarista parece haberse apoderado de los políticos occidentales y sus jefes militares. La guerra de sanciones se ha hecho realidad. Supuso la venganza por la “primavera rusa”, por el regreso de Crimea y Sebastopol y por el levantamiento antioligárquico y de liberación nacional en el Donbás. Por primera vez en muchas décadas en Occidente se han permitido debatir abiertamente sobre la posibilidad de utilizar el armamento nuclear.
Hoy, después del cuarto de siglo transcurrido sin la URSS, al capitalismo se le ha caído su careta bonancible. Ha quedado claramente demostrado, que el capital fue y sigue siendo el principal provocador, opresor y criminal del planeta. La historia conoce numerosos ejemplos cuando los defensores de un orden ya agotado han intentado detener el progreso y obligar al mundo a dar marcha atrás. Pero nunca han conseguido mantener su éxito por mucho tiempo.
La experiencia de la URSS, del primer Estado socialista en el mundo, es hoy más reclamada que nunca. Solo los ideales de la sociedad soviética, el trabajo, la justicia, la amistad de los pueblos y el progreso, son capaces de abrir el camino de la humanidad hacia el futuro. La elección que se nos presenta hoy tiene la misma apariencia que hace un siglo, cuando se dio la Gran Revolución Socialista de Octubre. Esa elección es socialismo o barbarie.
El PCFR está convencido de que el socialismo vencerá.