En Rusia, el año 1917 comenzó con la huelga del 9 de enero. Durante esta movilización, se celebraron manifestaciones en las principales ciudades del país; abandonaron el trabajo casi la tercera parte de los obreros de Moscú. Una manifestación de 2.000 personas fue disuelta violentamente por la policía montada. En Petrogrado, los soldados se unieron a los manifestantes.
Los mencheviques y los socialrevolucionarios se esforzaban por encauzar el movimiento revolucionario incipiente dentro del marco conveniente para la burguesía liberal.
El 18 de febrero de 1917 estalló, en Petrogrado, la huelga de los obreros de la fábrica «Putilov». Cuatro días más tarde, se pusieron en huelga los obreros de la mayoría de las grandes fábricas.
El 23 de febrero (8 de marzo por el calendario occidental), Jornada Internacional de la Mujer, las obreras, respondiendo al llamamiento del Comité bolchevique de Petrogrado, se lanzaron a la calle en manifestación contra el hambre, contra la guerra y contra el zarismo. En Petrogrado, esta manifestación de las obreras fue apoyada con una acción huelguística general de los obreros. La huelga política comenzaba a convertirse en una manifestación política general contra el régimen zarista.
El 25 de febrero, el movimiento revolucionario se extendió a todo el Petrogrado obrero. Las huelgas políticas por distrito se convirtieron en una huelga política general en toda la ciudad. Por todas partes surgían manifestaciones y choques con la policía. Sobre las masas obreras campeaban carteles rojos con estas consignas: «¡Abajo el zar!», «¡Abajo la guerra!», «¡Pan!».
En la mañana del 26 de febrero, la huelga política y la manifestación comenzaron a convertirse en intentos de insurrección. Los obreros desarmaban a la policía y a los gendarmes para armarse ellos. Pero el choque armado con la policía terminó con una matanza de manifestantes en la plaza Snamenskaia.
El general Jabalov, jefe de la región militar de Petrogrado, ordenó que los obreros se reintegrasen al trabajo el 28 de febrero, conminando con enviar al frente a los que no acatasen esta orden. El zar cursó al general Jabalov esta orden imperativa: «Exijo que mañana se ponga fin a los desórdenes en la capital». Pero ya no era posible «poner fin» a la revolución.
El 26 de febrero, la cuarta compañía del batallón de reserva del regimiento de Pavlovsk rompió el fuego, pero no contra los trabajadores, sino contra los destacamentos de guardias montados que habían comenzado a disparar contra los obreros.
El 27 de febrero, las tropas de Petrogrado se negaron a disparar contra los obreros y comenzaron a pasarse al pueblo levantado en armas. En la mañana del 27 de febrero, los soldados sublevados no pasaban de 10.000; aquel mismo día por la noche, ascendían ya a 60.000.
Los obreros y soldados levantados en armas empezaron a detener a los ministros y generales zaristas y a sacar de las cárceles a los revolucionarios. Los presos políticos, puestos en libertad, se unían a la lucha revolucionaria.
«La revolución ha sido obra del proletariado, que ha dado pruebas de heroísmo, ha derramado su sangre y ha arrastrado con él a las más extensas masas de los trabajadores y de la población más pobre…» , escribía Lenin en los primeros días de la revolución.
La toma del poder
El Gobierno provisional que se había formado tras los enfrentamientos, no estaba con el pueblo, sino en contra de él. No defendía la paz, sino la guerra, no quería ni podía dar al país la paz, ni la tierra, ni el pan. La labor de esclarecimiento de los bolcheviques encontraba un terreno favorable.
Mientras los obreros y los soldados derribaban al gobierno zarista y destruían las raíces de la monarquía, el Gobierno provisional se inclinaba claramente hacia la conservación del régimen monárquico.
El 3 de abril de 1917, después de una larga expatriación, Lenin regresó a Rusia. La llegada de Lenin tuvo una importancia enorme para el Partido y para la revolución.
Lenin llegó a Petrogrado el 3 de abril por la noche. En la estación de Finlandia y en la plaza que da acceso a ella, se congregaron para recibirle miles de obreros, de soldados y de marinos. Un entusiasmo indescriptible se apoderó de las masas, cuando Lenin bajó del tren. El jefe de la revolución fue cogido y llevado en volandas hasta la gran sala de espera, donde aguardaban los mencheviques Chjeidse y Skobelev para dirigirle un saludo de «bienvenida» en nombre del Soviet de Petrogrado, saludo en el que «expresaban la esperanza» de que Lenin «marcharía de acuerdo» con ellos. Pero Lenin, sin escucharles, pasó de largo, dirigiéndose a la masa de los obreros y soldados, y, subido a un carro blindado, pronunció su famoso discurso, en el que llamaba a las masas a luchar por el triunfo de la Revolución Socialista. «¡Viva la Revolución Socialista!», fueron las palabras con que Lenin puso fin a este discurso, el primero que pronunciaba, después de largos años de destierro.
Al día siguiente de su llegada, pronunció en una reunión del Partido bolchevique un informe sobre la guerra y la revolución, volviendo luego a exponer las tesis de este informe en una asamblea a la que asistieron, además de los miembros del Partido, los mencheviques.
Tales fueron las célebres Tesis de Abril de Lenin, que trazaron al Partido y al proletariado la línea revolucionaria clara del paso de la revolución burguesa a la revolución socialista.
Las Tesis de Lenin tuvieron una importancia enorme para la revolución y para el trabajo ulterior del Partido. La revolución significaba un viraje grandioso en la vida del país, y el Partido, en las nuevas condiciones de lucha planteadas después del derrocamiento del zarismo, necesitaba una nueva orientación para marchar con paso audaz y seguro por el nuevo camino. Esta orientación fue dada al Partido por las Tesis de Lenin. Mientras los bolcheviques se preparaban para el desarrollo de la revolución, juraba lealtad a los tratados zaristas y prometía seguir derramando cuanta sangre del pueblo fuese necesaria para que los imperialistas consiguiesen su «victoria final».
El Partido, tomando como base los acuerdos de la Conferencia de Abril, desplegó una labor intensísima por la conquista de las masas, por su educación combativa y por su organización. La línea del Partido, durante este periodo, estribaba en conquistar la mayoría dentro de los Soviets y aislar de las masas a los partidos menchevique y socialrevolucionario por medio del esclarecimiento paciente de la política bolchevique y el desenmascaramiento de la política de compromisos de aquellos partidos.
La manifestación del 18 de junio de 1917, que desfiló por delante de la tumba de las víctimas de la revolución, se convirtió en una verdadera revista de las fuerzas del Partido bolchevique. Reveló el grado de madurez revolucionaria, cada vez mayor, de las masas y la creciente confianza de éstas en el Partido bolchevique. Las consignas de los mencheviques y socialrevolucionarios, predicando la confianza en el Gobierno provisional y la necesidad de continuar la guerra, se perdían entre la inmensa masa de consignas bolcheviques. 400.000 manifestantes marchaban bajo banderas en las que campeaban estas consignas: «¡Abajo la guerra!», «¡Abajo los diez ministros capitalistas!», «¡Todo el Poder a los Soviets!».
El Gobierno provisional, sostenido por el apoyo del I Congreso de los Soviets, decidió proseguir su política imperialista. Y fue precisamente el 18 de junio cuando el gobierno, cumpliendo la voluntad de los imperialistas anglofranceses, lanzó a las tropas del frente a la ofensiva. La burguesía veía en esta ofensiva la única posibilidad de acabar con la revolución. Si la ofensiva tenía éxito, la burguesía confiaba en que podría tomar en sus manos todo el Poder, desalojar a los Soviets y aplastar a los bolcheviques. Si fracasaba, podría echar la culpa de todo a los mismo bolcheviques, acusándoles de desmoralizar al ejército.
No podía caber la menor duda de que la ofensiva se derrumbaría, como, en efecto, se derrumbó. El cansancio de los soldados, su ignorancia de los fines perseguidos con la ofensiva, su desconfianza en los mandos, extraños a la tropa, la escasez de municiones y artillería: todo contribuyó al derrumbamiento de la ofensiva en el frente.
Las noticias acerca de la ofensiva emprendida y luego las de su ruidoso fracaso, excitaron los ánimos de la capital. La indignación de los obreros y soldados no tenía límites. El 3 de julio, comenzaron a producirse manifestaciones espontáneas en Petrogrado, en la barriada de Viborg. Estas manifestaciones continuaron durante todo el día. Algunas de ellas desembocaron en una grandiosa manifestación general con armas bajo la consigna del paso del Poder a los Soviets.
El Partido acordó tomar parte en ella, con el fin de darle un carácter pacífico y organizado. El Partido bolchevique logró lo que se proponía, y cientos de miles de manifestantes marcharon hacia el Soviet de Petrogrado y hacia el Comité Ejecutivo Central de los Soviets, donde exigieron que éstos se hiciesen cargo del Poder, rompiesen con la burguesía imperialista y emprendiesen una política activa de paz.
A pesar del carácter pacífico de la manifestación, fueron lanzadas contra los manifestantes las tropas de la reacción, los destacamentos de cadetes y de oficiales. Por las calles de Petrogrado corrió abundante la sangre de los obreros y los soldados. Para aplastar a los trabajadores, se trajeron del frente las unidades militares más retrógradas y contrarrevolucionarias.
Los mencheviques y socialrevolucionarios, unidos a la burguesía y a los generales blancos, después de aplastar la manifestación de los obreros y los soldados, se lanzaron rabiosamente sobre el Partido bolchevique. La redacción del «Pravda» fue saqueada y destruida. Fueron suspendidos el «Pravda», el «Soldatskasia Pravda» («Pravda del soldado») y otra serie de periódicos bolcheviques. El obrero Voinov fue asesinado en la calle por los cadetes por el solo hecho de estar vendiendo el «Listok Pravdi» («Hoja de la Pravda»). Comenzó el desarme de los guardias rojos.
El 7 de julio, se dio la orden de detener a Lenin. Fue detenida toda una serie de militantes prestigiosos del Partido bolchevique. Fue destruida la imprenta «Trud» («Trabajo»), donde se imprimían las publicaciones bolcheviques. Lo que no se habían atrevido a hacer los representantes de la burguesía, Guchkov y Miliukov, lo hacían los «socialistas» Kerenski y Tsereteli, Chernov y Skobelev.
En medio de una campaña increíblemente encarnizada de la prensa burguesa y pequeñoburguesa, se reunió en Petrogrado el VI Congreso del Partido bolchevique. A los cinco meses de derribado el zarismo, los bolcheviques tenían que reunirse clandestinamente, y el jefe del Partido proletario, Lenin, se veía obligado a vivir oculto en una choza, cerca de la estación de Rasliv.
«El periodo pacífico de la revolución ha terminado -dijo el camarada Stalin-; ha comenzado el periodo no pacífico de la revolución, un periodo de choques y explosiones…» El Partido marchaba hacia la insurrección armada.
Comenzó a desarrollarse la fase de animación y renovación de los Soviets, la fase de bolshevización. Las fábricas y empresas industriales y las unidades militares, al reelegir a sus diputados, ya no enviaban a los Soviets a mencheviques y socialrevolucionarios, sino a representantes del Partido bolchevique.
Lenin señaló que, teniendo como tenían ya mayoría en los Soviets de diputados obreros y soldados de las dos capitales, Moscú y Petrogrado, los bolcheviques podían y debían tomar en sus manos el Poder. Haciendo el balance del camino recorrido, Lenin subrayaba: «La mayoría del pueblo está con nosotros«. En sus artículos y cartas al Comité Central y a las organizaciones bolcheviques, Lenin trazaba un plan concreto para la insurrección: decía cómo debían utilizarse las unidades militares, la flota y los guardias rojos, qué puntos decisivos era necesario ocupar en Petrogrado para garantizar el éxito de la insurrección, etc.
El 7 de octubre, Lenin se trasladó clandestinamente de Finlandia a Petrogrado. El 10 de octubre de 1917, se celebró la histórica sesión del Comité Central del Partido bolchevique, en la que se acordó dar comienzo a la insurrección armada pocos días después.
El 16 de octubre, se celebró una sesión ampliada del Comité Central del Partido bolchevique. En ella se eligió un Centro del Partido encargado de dirigir la insurrección, con el camarada Stalin a la cabeza. Este Centro era el núcleo dirigente del Comité Militar Revolucionario adscrito al Soviet de Petrogrado y fue el que dirigió prácticamente toda la insurrección.
El 21 de octubre, fueron enviados a todas las unidades revolucionarias de tropas comisarios bolcheviques del Comité Militar Revolucionario. Durante los días que precedieron a la insurrección, se desarrolló una enérgica labor preparatoria de la lucha en el seno de las unidades militares y en las fábricas y empresas industriales.
En la sesión del Soviet de Petrogrado, a Trotski, fanfarronenado, se le fue la lengua y delató al enemigo la fecha de la insurrección, el día señalado por los bolcheviques para desencadenar el movimiento. Para no dar al Gobierno de Kerenski la posibilidad de hacer fracasar la insurrección armada, el C.C. del Partido decidió comenzar y llevar a cabo la insurrección antes de la fecha proyectada, la víspera del día en que habían de abrirse las sesiones del II Congreso de los Soviets.
Kerenski comenzó a actuar en las primeras horas de la mañana del 24 de octubre (6 de noviembre), dando orden de suspender el periódico titulado «Rabochi Put» («La Senda Obrera»), órgano central del Partido bolchevique, y enviando los carros de asalto al local de la redacción de este periódico y al de la imprenta de los bolcheviques. Pero, hacia las 10 de la mañana, siguiendo instrucciones del camarada Stalin, los guardias rojos y los soldados revolucionarios desalojaron a los carros de asalto y reforzaron la guardia de la imprenta y de la redacción del periódico. Hacia las 11, salió «La Senda Obrera», con un llamamiento para derribar al Gobierno provisional. Al mismo tiempo, y siguiendo instrucciones del Centro del Partido para la insurrección, fueron concentrados urgentemente en el Smolny los destacamentos de soldados revolucionarios y de guardias rojos.
En la noche del 24 de Octubre, se trasladó Lenin al Smolny, para hacerse cargo personalmente de la dirección del movimiento. Durante toda la noche, no cesaron de llegar al Smolny unidades revolucionarias de tropas y destacamentos de guardias rojos. Los bolcheviques los enviaban al centro de la ciudad, a cercar el Palacio de Invierno, donde se había atrincherado el Gobierno provisional.
El 25 de octubre, la Guardia Roja y las tropas revolucionarias tomaron las estaciones de ferrocarril, las centrales de Correos y Telégrafos, los Ministerios y el Banco del Estado. Fue disuelto el Preparlamento.
El Palacio del Smolny, residencia del Soviet de Petrogrado y del Comité Central del Partido bolchevique, se convirtió en Cuartel General de la revolución; era de aquí de donde salían todas las órdenes de batalla.
Los obreros de Petrogrado demostraron en estas jornadas que habían pasado, bajo la dirección del Partido bolchevique, por una buena escuela. Las unidades militares revolucionarias, preparadas para la insurrección por la labor de los bolcheviques, cumplían exactamente las órdenes de batalla que se les daban y se batían en fraternal compenetración con la Guardia Roja. Cronstadt era una fortaleza del Partido bolchevique, donde hacía ya mucho tiempo que no se reconocía el Poder del Gobierno provisional. Con el estruendo de sus cañones, enfilados sobre el Palacio de Invierno, el crucero «Aurora» anunció, el 25 de octubre, el comienzo de la nueva era, la era de la Gran Revolución Socialista.
El 25 de octubre, se publicó un llamamiento del Partido bolchevique «A los ciudadanos de Rusia». En él se decía que el Gobierno Provisional burgués había sido derribado y que el Poder había pasado a manos de los Soviets.
El Gobierno provisional se había refugiado en el Palacio de Invierno, bajo la protección de los cadetes y de los batallones de choque. En la noche del 25 al 26 de octubre, los obreros, soldados y marinos revolucionarios tomaron por asalto al Palacio de Invierno y detuvieron al Gobierno provisional. La insurrección armada en Petrogrado había vencido.