Si no votas va a ganar el fascismo, y si no nos votas a nosotros también. Esta es la advertencia tan democrática, diversa y plural que circula durante estos días. Hasta hace unos años era la misma pero cambiando fascismo por derecha. A ver si tanto echar las culpas a los demás y resulta que algo tienen que ver quienes llevan cuarenta años con el cuento del mal menor.
Pasar del peligro de la derecha al del fascismo no es ninguna broma. No sé si habrá tenido algo que ver las constantes renuncias ideológicas, las “traiciones” a la clase obrera, el servilismo al capital y al imperialismo, o la derechización galopante junto a todo el arco parlamentario. Quién sabe. Los culpables de que el fascismo y la ultraderecha avance sin freno alguno somos quienes no nos tragamos su cuento. No sabemos votar ni taparnos la nariz cuando lo hacemos. Somos unos irresponsables por pensar que al fascismo se le combate de frente, tal y como nos ha enseñado la historia, y no derechizándonos y renunciando a la defensa de nuestros intereses de clase.
El caso es que sí, el fascismo está en auge y ante eso ahora vienen apelando a una especie de “frentepopulismo”. No han hecho otra cosa desde que la Fundación Friedrich Ebert (entre otros) les untase de pasta en los años 70’ para evitar una izquierda fuerte. Lo malo es que este «frentepopulismo» nada tiene que ver con el de los años 30. Este es el de captación del voto de las grandes empresas y multinacionales, de la banca, de los GAL, de las reformas laborales, los mass media, de las grandes privatizaciones, de la monarquía y del Vaticano. Esto es, nos dan a elegir entre el mal menor y el mal peor, una elección en la que al final siempre perdemos los mismos. Y para más inri nos cargan la responsabilidad y hasta nos insultan por no saber votar y tragar.
Primero asfixian a la clase trabajadora haciéndonos pagar una crisis capitalista y luego se cargan lo poco que queda de izquierda para acabar quejándose de que el fascismo acapare apoyos cuando lo único que han hecho es retroalimentarse, eso sí, siempre al servicio del capital.
Cuarenta años con el cuento del «mal menor» y así nos va.