Las ventas de cava, el vino espumoso español, han experimentado una caída global debido a las adversas condiciones climáticas que han afectado a los viñedos, pero los líderes de la industria han trazado un plan para revertir esta tendencia negativa. La situación es preocupante, especialmente con la llegada de la temporada navideña, que históricamente ha sido un periodo de celebración para los productores de esta bebida.
Un periodo de sequía severa durante los últimos tres años ha devastado las cosechas, reduciendo significativamente la oferta de este vino, que se produce casi exclusivamente en la región catalana de España. Como resultado, muchas bodegas se han visto obligadas a racionar sus ventas, especialmente hacia sus mercados más importantes en el extranjero. Aproximadamente el 70% de la producción de cava se vende fuera de España, lo que hace que la situación sea aún más crítica para los productores.
Las cifras son desalentadoras: entre enero y septiembre de este año, las ventas globales de cava han caído un 12.8% en comparación con el mismo periodo del año anterior, mientras que las exportaciones internacionales han disminuido casi un 16%. Alemania, tradicionalmente el mayor mercado para el cava, ha visto una caída del 55% en sus compras este año, en gran parte debido a que Freixenet, el mayor productor mundial de cava, ha reducido drásticamente sus suministros ante la falta de stock.
En el Reino Unido, donde el cava ha sido una bebida popular durante muchos años, las ventas también han disminuido en un 15.44% este año. En este contexto, el Prosecco italiano ha ganado terreno, convirtiéndose en la bebida espumosa preferida para muchos consumidores. Como consecuencia, Bélgica ha asumido el liderazgo en ventas internacionales de cava, seguida de Estados Unidos, donde se han vendido 12 millones de botellas este año. Por otro lado, Rusia ha caído en el ranking de mercados extranjeros, con una disminución del 20% en sus compras.
Sin embargo, aunque la escasez de producto ha traído consigo retos significativos, también ha generado algunos aspectos positivos para los productores. Los precios han aumentado en promedio un 20% a nivel internacional y un 10% en el mercado español, lo que ha permitido que las bodegas mantengan márgenes de beneficio más altos. Javier Pagés, presidente de la Denominación de Origen Cava, destaca que, a pesar de la baja producción, la reducción de la oferta ha permitido un incremento en los precios y la valorización del producto.
Los productores de cava son cautelosamente optimistas respecto a la posibilidad de que 2025 traiga un clima más favorable, tras tres años de sequía extrema que han llevado a algunos pueblos de Cataluña a rezar por la lluvia. En este sentido, las grandes empresas han solicitado a las autoridades españolas que implementen proyectos de irrigación y otras medidas para mitigar los efectos de futuras sequías. El gobierno regional de Cataluña ha anunciado recientemente planes para invertir 2.3 mil millones de euros para abordar los problemas crónicos de escasez de agua, incluyendo la construcción de una nueva planta de desalinización en la Costa Brava.
La industria del cava, que proporciona empleo a 6,200 personas y cuenta con 349 bodegas que distribuyen su producto en 100 países, no solo enfrenta desafíos relacionados con la producción. También debe lidiar con una competencia creciente, especialmente de bebidas como el Champagne y el Prosecco, en un mercado donde las preferencias están cambiando. Según la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), el consumo de vino en general está en declive, mientras que la demanda de vinos espumosos ha crecido notablemente en los últimos años.
La competencia se ha intensificado, y algunos productores de cava desestiman a su rival italiano, Prosecco, argumentando que se trata de un producto inferior. Sin embargo, la realidad es que el cava, con su proceso de producción más largo y laborioso, busca mantener su posición en un mercado cada vez más desafiante. A pesar de las dificultades actuales, el futuro del cava dependerá en gran medida de la capacidad de la industria para adaptarse a las nuevas condiciones climáticas y a las cambiantes preferencias de los consumidores.