La historia de las comunidades humanas ha estado marcada por ciclos de concentración y dispersión poblacional. Investigaciones recientes sobre los primeros agricultores de Europa han revelado un patrón intrigante: las comunidades agrícolas solían formar aldeas densas, luego se dispersaban durante siglos y, posteriormente, volvían a organizarse en ciudades, solo para abandonarlas nuevamente. Esta oscilación plantea interrogantes sobre las causas subyacentes, que son objeto de estudio por arqueólogos y científicos.
Las teorías sobre el colapso urbano han incluido factores como el cambio climático, la sobrepoblación y las presiones sociales. Sin embargo, un nuevo enfoque ha surgido en la discusión: las enfermedades. El contacto cercano con animales, que era habitual en estas comunidades, propició la aparición de enfermedades zoonóticas que afectaron a los humanos. Estos brotes podrían haber llevado al abandono de asentamientos densos, al menos hasta que las generaciones posteriores encontraran formas más resilientes de organizar su espacio. Un estudio reciente ha analizado cómo los diseños urbanos de asentamientos posteriores podrían haber influido en la transmisión de enfermedades, sugiriendo que una disposición más espaciosa y organizada pudo haber mitigado los riesgos de contagio.
El caso de Çatalhöyük, una de las aldeas agrícolas más antiguas del mundo, es emblemático de esta problemática. Hace más de 9.000 años, sus habitantes vivían en casas de ladrillo de barro dispuestas de manera tan apretada que la entrada se realizaba a través de una trampilla en el tejado. A pesar de contar con amplios espacios en el Altiplano Anatolio, los habitantes optaron por una vida comunitaria densa, lo que generó condiciones propicias para la propagación de enfermedades. Sin embargo, alrededor del 6000 a.C., la aldea fue abandonada misteriosamente y la población se dispersó en asentamientos más pequeños. Los análisis arqueológicos han identificado restos humanos mezclados con huesos de ganado, lo que sugiere que la aglomeración de personas y animales pudo haber facilitado la transmisión de enfermedades como la tuberculosis y la salmonela. Esta evidencia invita a considerar que la densidad poblacional pudo haber alcanzado un punto crítico en el que los efectos de las enfermedades superaron los beneficios de vivir en proximidad.