Un nuevo estudio pone de manifiesto el creciente apoyo público en Estados Unidos hacia políticas eco-sociales diseñadas para abordar las crisis ecológicas y sociales interconectadas de nuestro tiempo. La investigación, liderada por el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental de la Universitat Autònoma de Barcelona (ICTA-UAB) y la London School of Economics (LSE), evaluó el respaldo público hacia cuatro propuestas eco-sociales clave: la reducción de la jornada laboral (hasta 28 horas semanales), la disminución de la producción de combustibles fósiles, la provisión de servicios básicos universales y la limitación de la publicidad de bienes de alta emisión.
El estudio, publicado en la revista Ecological Economics, también examinó cómo los comportamientos individuales de reducción de consumo—como adoptar dietas basadas en plantas, evitar vuelos, caminar o priorizar el transporte sostenible como la bicicleta—influyen en el apoyo a estas políticas. Además, se exploró el impacto de enmarcar estas propuestas dentro de una agenda más amplia de transformación social (como el decrecimiento, aunque sin utilizar el término).
Preferencias del público hacia políticas eco-sociales
Entre los hallazgos más destacados, el estudio revela que, en promedio, los participantes prefieren estas políticas eco-sociales sobre las existentes. Las limitaciones anuales a la extracción de combustibles fósiles y la provisión de atención médica universal fueron particularmente bien recibidas. Asimismo, los individuos que muestran mayor compromiso con comportamientos de suficiencia son más propensos a apoyar políticas ecológicas, evidenciando un respaldo más sólido hacia las restricciones de combustibles fósiles, mientras que el apoyo a medidas de carácter social, como la reducción de la jornada laboral y la atención médica universal, fue menos generalizado y dependió de otros factores.
El análisis sugiere que el apoyo hacia estas políticas sociales podría ser mayor entre individuos con valores eco-sociales y niveles de privilegio más altos, incluyendo empleo a tiempo completo, educación superior y mayores ingresos. Sin embargo, enmarcar las políticas dentro de una narrativa eco-socialista y de post-crecimiento no solo no disminuyó el apoyo, sino que en algunos casos lo aumentó, como ocurrió con la atención médica universal.
Los responsables de políticas continúan ignorando las crecientes demandas de desmantelar la industria de combustibles fósiles por parte de científicos y organizaciones de la sociedad civil, optando en su lugar por apoyar un «crecimiento verde». Estos hallazgos sugieren que el electorado estadounidense está abierto a agendas políticas que reduzcan la dependencia de los combustibles fósiles (por ejemplo, a través de límites) mientras mejoran la calidad de vida de los ciudadanos. Ejemplos notables incluyen la atención médica universal como un derecho humano, accesible para todos, independientemente de su empleo o estatus socioeconómico, y la reducción de la jornada laboral como una herramienta para promover el bienestar.
El estudio allana el camino para nuevas estrategias de comunicación y movilización hacia una transición socioeconómica más equitativa e inclusiva que mejore el bienestar y reduzca la dependencia del crecimiento económico. Los autores enfatizan la necesidad de realizar más investigaciones para adaptar y comunicar estas políticas de manera efectiva, inspirando un movimiento eco-social que resuene con audiencias de todos los niveles socioeconómicos.
Según el investigador Dallas O’Dell, los hallazgos del estudio pueden parecer contradictorios a la luz de los recientes resultados electorales que dieron la victoria a Donald Trump. Sin embargo, es relevante señalar que las encuestas se realizaron en septiembre de 2022, un período en el que la campaña de Trump estaba menos activa, «por lo que los encuestados pudieron reflexionar y considerar las políticas discutidas en un contexto menos politizado».
O’Dell señala que ni los republicanos ni los demócratas centraron sus campañas en propuestas políticas concretas. Trump se centró en narrativas ideológicas (como la oposición a la inmigración) con ideas generales y propuestas para combatirlas (como las deportaciones masivas), mientras que Kamala Harris centró su discurso en razones para no votar por Trump, ofreciendo pocas alternativas para cambiar el statu quo. Ninguna de las campañas se centró en instrumentos políticos específicos, especialmente aquellos que afectarían el bienestar de las personas comunes o del planeta.
«Las propuestas eco-sociales analizadas en el estudio no estaban en la agenda electoral», afirma O’Dell. Como resultado, los juicios de los votantes pueden haberse centrado más en el carisma, las habilidades y las capacidades retóricas de los candidatos que en cuestiones políticas específicas como las evaluadas en el estudio. «Votar por un candidato u otro no estaría directamente relacionado con el apoyo o la falta de apoyo a políticas, y la dirección de los votos podría incluso haber ido en contra de sus creencias sobre cuestiones políticas», concluye.
Este fenómeno se evidencia en el hecho de que Trump ganó casi el 50% del voto de los electores de 18 a 29 años (en comparación con el 30% en 2020). Muchos votantes de este grupo etario parecen haber divergido de Trump en una serie de cuestiones, preocupándose más por la economía y el cambio climático (que por la inmigración) y deseando más intervención gubernamental en atención médica y deuda estudiantil. Estas opiniones son mucho más compatibles con el apoyo a las políticas eco-sociales discutidas aquí, que buscan mejorar las condiciones de vida y reducir la desigualdad.