Recientemente, el presidente electo de EE. UU., Donald Trump, ha reavivado su deseo de que Estados Unidos «adquiera y controle» Groenlandia, un territorio autónomo del Reino de Dinamarca. Esta propuesta no es nueva; Trump ya había planteado la compra de Groenlandia en 2019, señalando que no era el primer presidente estadounidense en hacerlo.
La compra de territorios entre naciones soberanas es un fenómeno raro en la actualidad. Sin embargo, el interés por Groenlandia y su valor estratégico ha llevado a reflexionar sobre cómo se podría determinar un precio para un territorio completo. A lo largo de la historia, han existido varios ejemplos de ventas de territorios, como la compra de Luisiana a Francia en 1803 o la adquisición de Alaska a Rusia en 1867, entre otros casos.
El valor de un país
Valorar un país o un territorio autónomo como Groenlandia no es una tarea sencilla. A diferencia de los activos o empresas, los países incluyen una mezcla de elementos tangibles e intangibles que resisten una medición económica directa. Un punto de partida lógico podría ser el Producto Interno Bruto (PIB), que mide el valor de todos los bienes y servicios finales producidos en un año. Sin embargo, este indicador no refleja completamente el verdadero «valor» de una economía, ya que no toma en cuenta la capacidad futura de generar riqueza.
Groenlandia, con un PIB estimado de aproximadamente 3.236 millones de dólares en 2021, presenta recursos productivos que van más allá de su economía actual. Además de las empresas y trabajadores que generan su PIB, el potencial de sus recursos no explotados, que incluye minerales valiosos y la posibilidad de explotación petrolera, contribuye significativamente a su valor.
La valoración de activos nacionales, como el Canal de Panamá, es un proceso más directo y se basa en la estimación de flujos de ingresos futuros. Este método se fundamenta en la teoría de valoración de activos, que permite calcular el valor presente de los ingresos netos que se podrían obtener de un activo, tras restar costos y riesgos asociados.
La venta de territorios ha disminuido en el contexto actual, donde las democracias modernas tienden a priorizar el bienestar de sus ciudadanos sobre los intereses económicos del gobierno. La nacionalidad y el sentido de identidad nacional juegan un papel crucial; vender un territorio puede ser visto como una traición a la soberanía. Además, existe una fuerte norma internacional contra el cambio de fronteras, dado el riesgo de desencadenar reclamaciones territoriales y conflictos.
Así, aunque Groenlandia podría teóricamente tener un precio, la realidad política, cultural e histórica de los países complica cualquier intento de comercialización de su territorio. La propuesta de Trump, aunque intrigante, plantea una serie de cuestiones éticas y prácticas que van más allá de la simple transacción económica.