Donald Trump ha vuelto a ocupar el centro de atención tras su victoria en las elecciones de noviembre, donde su lema ‘América, primero’ resuena con ecos de los aislacionistas de la primera mitad del siglo XX. Este eslogan, que en su momento buscaba evitar la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, ha sido reinterpretado por el magnate neoyorquino como un pilar de su agenda nacionalista. Sin embargo, desde su elección como presidente, Trump parece haber cambiado de rumbo, mostrando una creciente obsesión por la expansión territorial de Estados Unidos.
Las recientes declaraciones de Trump sobre la posibilidad de hacerse con el Canal de Panamá, absorber Canadá o incluso apropiarse de Groenlandia, un territorio autónomo de Dinamarca, han generado inquietud. Estas afirmaciones podrían interpretarse como maniobras de distracción, estrategias de negociación o, quizás, los primeros pasos hacia una presidencia de tintes imperialistas. El senador demócrata Chris Murphy ha sugerido que estas declaraciones podrían ser un intento de desviar la atención del plan de Trump para implementar un recorte de impuestos que beneficiaría a los más ricos, a expensas de la sanidad pública.
Retórica imperialista y coerción
Sin embargo, no se puede descartar que detrás de estas palabras haya intenciones más serias. Trump ha insinuado la posibilidad de recurrir a «la coerción económica o militar» para llevar a cabo sus planes, lo que recuerda a la diplomacia cañonera del siglo XIX, cuando Estados Unidos y las potencias coloniales europeas utilizaban la fuerza militar para imponer sus intereses. Un ejemplo emblemático de esto fue la separación de Colombia de Panamá en 1903, impulsada por el presidente Theodore Roosevelt, quien envió la marina para apoyar la independencia de Panamá y asegurar el control del canal, que permaneció bajo dominio estadounidense hasta 1999.
El catedrático de Relaciones Internacionales José Antonio Sanahuja señala que Trump podría estar intentando resucitar la Doctrina Monroe, que enunciada en 1823, estableció la influencia estadounidense sobre el continente americano y advertía a las potencias europeas que se mantuvieran alejadas de sus asuntos. Esta doctrina ha cobrado relevancia en un contexto donde la influencia de Rusia y China en América Latina ha ido en aumento, algo que preocupa al entorno de Trump. Sanahuja sugiere que los objetivos de Trump son, por un lado, frenar el control chino sobre infraestructuras críticas en la región y, por otro, presionar al Gobierno panameño para que limite el flujo de migrantes a través del Tapón del Darién.
El historiador estadounidense Jared Podair también considera que la administración Trump adoptará una postura más asertiva en América Latina, afirmando que la Doctrina Monroe sigue vigente y que será implementada de manera más agresiva que durante la administración de Biden. Sin embargo, la retórica de Trump sobre Canadá ha sido recibida con escepticismo, dado que solo un 14% de los canadienses apoyaría la idea de unirse a Estados Unidos, según encuestas recientes.
Las ambiciones imperialistas de Trump, tanto en el ámbito internacional como en el doméstico, donde se le acusa de querer gobernar sin los contrapesos tradicionales, podrían acelerar la descomposición del orden internacional establecido en las últimas décadas. Este orden se fundamenta en el respeto a la soberanía e integridad territorial de las naciones. El exasesor de seguridad nacional de Trump, John Bolton, ha advertido que estas acciones son música celestial para líderes como Vladímir Putin y Xi Jinping, quienes también buscan reconfigurar las fronteras a su favor.
En un contexto global donde la ley del más fuerte parece estar regresando, como ha señalado el ministro de Exteriores francés, Jean-Noël Barrot, el mundo se encuentra ante un panorama incierto, donde las acciones de Trump podrían tener repercusiones significativas en la estabilidad internacional.