La inteligencia artificial (IA) está transformando diversos ámbitos de nuestra vida, desde los negocios hasta la administración pública, y ahora también se plantea su posible influencia en la política. Aunque la idea de políticos artificiales puede generar inquietud en algunos sectores, encuestas recientes indican un notable apoyo público para la integración de la IA en la política en diferentes países y regiones.
Un estudio realizado en 2021 reveló que una mayoría de europeos se mostró a favor de que al menos algunos de sus políticos fueran reemplazados por sistemas de IA. Los ciudadanos chinos mostraron una postura aún más optimista, mientras que los estadounidenses, típicamente abiertos a la innovación, adoptaron una actitud más cautelosa.
Chatbots como posibles candidatos
Antes del impacto que tuvo ChatGPT en 2022, ya existían intentos por sustituir a políticos con chatbots en varios países. Desde 2017, el chatbot Alisa se presentó como candidato a la presidencia de Rusia, y su homólogo Sam hizo lo propio en Nueva Zelanda. Dinamarca y Japón también han experimentado con iniciativas políticas lideradas por chatbots.
La propuesta de reemplazar a los políticos humanos con chatbots tiene sus ventajas. Estas máquinas no están sujetas a los mismos deseos que afectan a los humanos, como la ambición o la corrupción. Además, pueden interactuar con un número ilimitado de ciudadanos a la vez, y poseen un vasto conocimiento y habilidades analíticas superiores.
No obstante, los chatbots también heredan las limitaciones de la tecnología actual. Su funcionamiento a menudo es opaco, lo que dificulta comprender su razonamiento. Además, pueden generar respuestas erróneas, conocidas como «alucinaciones», y son vulnerables a riesgos de ciberseguridad. También dependen de recursos computacionales extensos y acceso constante a redes, y su diseño puede estar influenciado por sesgos presentes en los datos de entrenamiento.
Por otra parte, los chatbots no pueden cumplir con las expectativas que se tienen de los políticos. Nuestras instituciones están diseñadas para el desempeño humano, que incluye la supervisión de personal, la negociación y la responsabilidad ante los ciudadanos. Sin un avance significativo en la tecnología o una reimaginación radical de la política, la perspectiva de chatbots como políticos sigue siendo incierta.
Otra propuesta más ambiciosa sugiere eliminar la figura del político por completo. El físico César Hidalgo aboga por un modelo donde cada ciudadano pueda programar un agente de IA con sus preferencias políticas, permitiendo que estos agentes negocien y legislen entre ellos. Este enfoque podría facilitar una democracia directa, proporcionando a los ciudadanos una participación más significativa en el proceso político, aunque plantea el riesgo de que el verdadero poder recaiga en los diseñadores de los algoritmos.
Finalmente, existe la idea radical de que, si la IA llega a tomar decisiones más acertadas que los humanos, podría ser razonable dejar que los algoritmos dirijan la política. Este concepto, conocido como algocracia, plantea serias preguntas sobre la importancia de la participación humana en la política, y qué valores fundamentales deben preservarse en una era cada vez más automatizada.
La integración de la IA en la política es un tema que requiere una reflexión profunda sobre nuestros valores democráticos. En lugar de apresurarnos a reemplazar a los políticos humanos, sería más prudente desarrollar herramientas que fortalezcan el juicio político humano y cierren las brechas democráticas existentes. Iniciativas como la «Máquina de Habermas», un mediador de debates impulsado por IA, han demostrado ser útiles para alcanzar consensos en temas polarizados. Es esencial seguir en esta línea, buscando un futuro donde la IA complemente, y no sustituya, la capacidad de decisión humana en el ámbito político.