El lanzamiento de un cohete es un proceso fascinante que requiere una gran cantidad de energía y precisión. Para poder escapar de la atracción gravitatoria de la Tierra, un cohete debe alcanzar una velocidad de aproximadamente 40.000 kilómetros por hora. Esta velocidad crítica, conocida como velocidad de escape, es fundamental para que el cohete pueda superar la fuerza de gravedad que, de otro modo, lo haría caer de nuevo a la Tierra.
La función de la gravedad
La gravedad es la fuerza que atrae todo objeto hacia el centro de la Tierra. Esta fuerza es la razón por la cual los objetos caen y por la que los astronautas necesitan cohetes potentes para abandonar nuestro planeta. A medida que un cohete asciende, debe generar un empuje suficiente que supere esta fuerza gravitacional. Para conseguirlo, los cohetes utilizan propulsores que queman combustible y producen gases calientes, los cuales son expulsados a gran velocidad a través de una tobera. Este principio es similar al de un globo: al soltar el aire, el globo se impulsa hacia adelante. Sin embargo, los cohetes deben llevar consigo una cantidad considerable de propulsor, lo que plantea el desafío de no volverse demasiado pesados para el despegue.
Una vez que el cohete ha alcanzado una velocidad suficiente y ha realizado el ascenso inicial, puede entrar en una trayectoria orbital. Esto significa que, aunque aún está bajo la influencia de la gravedad, su velocidad es tal que no caerá a la Tierra, sino que comenzará a girar a su alrededor. Para misiones que buscan dejar la órbita terrestre y viajar a otros cuerpos celestes, como Marte o la Luna, se emplean técnicas como el «etapa de cohetes», donde se descartan las etapas inferiores del cohete una vez que han cumplido su función, permitiendo así que el vehículo continúe su camino con menos peso y, por ende, necesitando menos propulsor. Es un proceso ingenioso que permite a los cohetes alcanzar destinos lejanos en el sistema solar.
