Un equipo de investigación internacional, liderado por la Universidad de Konstanz y la Universidad de Oxford Brookes, ha publicado un estudio que subraya la importancia del tacto suave en la salud mental y la evolución de la cooperación entre especies. Este trabajo, aparecido en la revista Trends in Ecology & Evolution, revela que el contacto físico no solo fortalece los lazos interpersonales, sino que también podría ser clave para entender cómo se desarrollan y mantienen las relaciones sociales en el reino animal.
El estudio, dirigido por Michael Griesser y Miya Warrington, se centra en el fenómeno del «tacto afectivo», también conocido como «tacto consolador». Este tipo de contacto ha sido asociado a múltiples beneficios para la salud, incluyendo la mejora de la conexión social, el aumento de la confianza, la reducción del estrés y el alivio del dolor. Griesser y su equipo han observado que el tacto desempeña un papel fundamental en la vida de los animales, promoviendo la amistad y la cooperación.
Investigaciones sobre el comportamiento animal
Los investigadores compararon dos especies de aves: los Apostlebirds, que habitan en el desierto australiano, y los Siberian jays, que se encuentran en la Laponia sueca. Observaciones detalladas revelaron que los Apostlebirds se acicalan mutuamente y colaboran en diversas tareas, como el cuidado conjunto de sus crías. En contraste, los Siberian jays no practican el acicalamiento mutuo y presentan un nivel de cooperación notablemente inferior.
El equipo también colaboró con primatólogos y fisiólogos de mamíferos africanos para analizar las similitudes en el tacto, las hormonas y la cooperación entre aves y mamíferos. Los resultados fueron sorprendentes: el tacto se reveló como un factor crucial en la formación y mantenimiento de los vínculos sociales, afectando directamente la capacidad de los animales para cooperar entre sí.
Warrington explica que la cooperación abarca una gama de comportamientos en los cuales los individuos involucrados obtienen beneficios. Sin embargo, no todos estos comportamientos surgen de un sentimiento de bondad o de un vínculo afectivo con el otro. Existen conductas cooperativas que se sitúan en un espectro donde se mezclan interacciones transaccionales y prosociales. Por ejemplo, los impalas se acicalan recíprocamente para eliminar parásitos, mientras que los marmosets, que viven en grupos familiares, cooperan en casi todos los aspectos de su vida social, independientemente de los beneficios inmediatos.
Esta diversidad en los patrones de cooperación también se refleja en otras especies, como los topos, donde se observa que las especies asociales tienen menos receptores táctiles en la piel y, por lo tanto, son menos sensibles al tacto, a diferencia de los topos sociales, como el topo desnudo eusocial, que presentan una mayor sensibilidad al tacto.
El estudio concluye que el contacto afectuoso recibido por las crías durante sus primeras etapas de vida establece una dinámica que se prolonga en la adultez. Aquellos animales que crecen en entornos con fuertes vínculos sociales son más propensos a involucrarse en comportamientos cooperativos no solo dentro de sus familias, sino también en sus interacciones con otros adultos, estableciendo amistades y colaborando durante su propia crianza.
