Los incendios de Eaton y Palisades en California han arrasado ya más de 38,000 acres, lo que ha puesto sobre la mesa una conversación urgente sobre las causas de esta catástrofe. En el corto plazo, propietarios e inquilinos desplazados sostienen que Southern California Edison no desactivó su equipo eléctrico, a pesar de las advertencias meteorológicas sobre rachas de viento de hasta 160 km/h y un riesgo extremo de incendios. Sin embargo, la realidad es que los riesgos de incendio se han gestado durante décadas.
El impacto del cambio climático en los incendios
La climatóloga Francesca Hopkins, del University of California en Riverside, explica cómo las emisiones de carbono derivadas de actividades humanas contribuyen a la propagación de estos fuegos devastadores. Según Hopkins, la relación entre el cambio climático y el aumento de la severidad de los eventos meteorológicos, incluidos los incendios, es innegable.
Un concepto clave para entender estos fenómenos es el de «whiplash hidroclimático», acuñado por el científico del clima Daniel Swain. Este término describe un clima caracterizado por eventos de precipitación extrema en invierno, seguidos de sequías intensas. Las emisiones de gases de efecto invernadero han elevado la temperatura de la atmósfera, lo que a su vez permite que esta retenga más vapor de agua, creando condiciones propicias para fenómenos meteorológicos adversos.
En California del Sur, tras dos inviernos muy húmedos en 2023 y 2024, la falta de lluvias durante los últimos ocho meses ha llevado a una sequía que ha secado la biomasa vegetal, generando un combustible abundante para los incendios. Este año, los incendios están ocurriendo en enero, un mes en el que tradicionalmente se esperaba una mayor humedad y lluvias. Este cambio no solo es preocupante, sino que es una clara señal de que la temporada de incendios se está alargando, una tendencia bien documentada en un clima en calentamiento.
La duración de la temporada de lluvias en California ha disminuido, aunque la cantidad total de precipitación no ha cambiado significativamente. Esto se alinea con las proyecciones de un clima más cálido, donde los combustibles para incendios serán más abundantes y secos, estableciendo un nuevo estándar de normalidad.
Soluciones y adaptaciones ante un futuro incierto
Frente a esta nueva realidad, es esencial repensar cómo urbanizamos y gestionamos nuestro entorno. Se hace necesario evitar construir en áreas propensas a incendios y optar por un desarrollo urbano más compacto y sostenible. Las ciudades deben considerar la gestión de la vegetación de forma proactiva, alejándose de las construcciones tradicionales que, además, son altamente vulnerables a las llamas.
La adaptación también implica reconsiderar nuestros hábitos de consumo, como el uso de la carne de res, que tiene una elevada huella de gases de efecto invernadero. En este sentido, podría ser beneficioso incentivar prácticas que favorezcan la reforestación y la preservación de nuestros bosques, planteando una economía que valore el mantenimiento de los árboles en lugar de su tala para la construcción de viviendas.
Para frenar la degradación del medio ambiente, se podrían explorar iniciativas innovadoras, como pagar a los taladores para que se dediquen a cultivar árboles destinados a la captura de carbono. Estas estrategias, aunque complejas, podrían ofrecer soluciones viables a los problemas que enfrentamos en un mundo cada vez más afectado por el cambio climático.
