Durante mucho tiempo, la visión de la mujer en el ámbito científico ha estado marcada por el patriarcado, llevando a una comprensión distorsionada de su papel en la naturaleza. A lo largo de la historia de la Tierra, las hembras han demostrado ser la fuerza dominante en muchas especies, desafiando la idea de que son seres pasivos en el proceso reproductivo.
La herencia de Darwin y Bateman
El trabajo de Charles Darwin sobre la selección natural ha sido fundamental para entender la evolución, pero su teoría de la selección sexual presenta importantes lagunas. Darwin describió a las hembras como pasivas, sugiriendo que solo los machos competían por su atención. Esta concepción ha perdurado a lo largo de los años, reforzada por las malas interpretaciones de otros científicos, como Angus John Bateman, quien realizó experimentos defectuosos con moscas de fruta que llevaron a la conclusión errónea de que las hembras no se beneficiaban de la promiscuidad.
Patricia Gowaty, profesora de biología evolutiva, revisó los experimentos de Bateman y encontró numerosos errores, lo que la llevó a calificar sus resultados de “travesty”. A pesar de ello, el concepto de que las hembras son seleccionadoras pasivas sigue presente en los libros de texto y, por ende, en la educación científica actual.
Bateman sostenía que, debido a la anisogamia, es decir, la diferencia en tamaño de los gametos entre machos y hembras, solo los machos se beneficiaban de múltiples parejas sexuales. Sin embargo, este enfoque ha sido cuestionado por diversos investigadores, quienes han demostrado que las hembras también obtienen ventajas al aparearse con múltiples machos, lo que les permite diversificar el material genético de su descendencia.
Un ejemplo notable es el del possum de miel, conocido en Australia como noolbenger. Esta especie es altamente promiscuo, con hembras que se aparean con varios machos, lo que resulta en camadas con diferentes padres. Este comportamiento no solo les permite aumentar su éxito reproductivo, sino que también ha llevado a los machos a desarrollar adaptaciones específicas, como testículos desproporcionados en relación a su tamaño corporal, lo que les ayuda a competir eficazmente en un entorno donde la promiscuidad es la norma.
El estudio de la promiscuidad en el reino animal pone de manifiesto que las hembras, lejos de ser seres pasivos, juegan un papel activo y estratégico en su reproducción. La evidencia científica sugiere que el reconocimiento de este comportamiento no solo es crucial para una comprensión precisa de la biología, sino que también tiene implicaciones profundas en la forma en que se perciben los roles de género en la sociedad humana.