Un reciente estudio publicado en el IEEE Open Journal of Engineering in Medicine and Biology ha revelado que los astronautas que pasan entre seis y doce meses en la Estación Espacial Internacional (EEI) experimentan cambios significativos en sus ojos y visión. La investigación, liderada por el oftalmólogo Santiago Costantino de la Université de Montréal, concluyó que al menos el 70% de los astronautas se ven afectados por el síndrome neuro-oftálmico asociado al vuelo espacial, conocido como SANS.
El equipo de Costantino analizó datos de 13 astronautas, quienes realizaron misiones que oscilaron entre 157 y 186 días. Los participantes tenían una edad promedio de 48 años y provenían de diversas agencias espaciales de Estados Unidos, Europa, Japón y Canadá, incluyendo un 31% de mujeres y ocho que realizaban su primera misión.
Cambio en parámetros oculares
Los investigadores examinaron tres parámetros oculares antes y después de las misiones: la rigidez ocular, la presión intraocular y la amplitud del pulso ocular. Utilizando tomografía de coherencia óptica y tonometría, se encontraron cambios significativos en las propiedades biomecánicas de los ojos de los astronautas. Se observó una disminución del 33% en la rigidez ocular, un 11% en la presión intraocular y una reducción del 25% en la amplitud del pulso ocular.
Estos cambios se asociaron con síntomas como la reducción del tamaño ocular, alteración del campo visual y, en algunos casos, edema del nervio óptico y pliegues retinianos. Además, cinco astronautas presentaron un grosor coroideo superior a 400 micrómetros, sin correlación aparente con la edad, género o experiencia previa en el espacio.
Costantino explicó que la ingravidez altera la distribución de la sangre en el cuerpo, aumentando el flujo sanguíneo hacia la cabeza y ralentizando la circulación venosa en el ojo. Este fenómeno es probablemente responsable de la expansión del coroides, que es la capa vascular que nutre la retina.
Los autores del estudio sugieren que esta expansión coroidea durante la ingravidez podría estirar el colágeno en la esclerótica, la capa blanca externa del ojo, provocando cambios duraderos en las propiedades mecánicas del mismo. También se postula que las pulsaciones sanguíneas en microgravedad podrían crear un efecto de martillo de agua, donde los cambios repentinos en la presión del flujo sanguíneo causan un choque mecánico en el ojo, llevando a una remodelación significativa del tejido.
A pesar de estos cambios, los investigadores consideran que no son motivo de preocupación para misiones espaciales de corta duración. Aunque el 80% de los astronautas presentaron al menos un síntoma, sus ojos regresaron a la normalidad al regresar a la Tierra, siendo en muchos casos el uso de gafas correctivas suficiente para mitigar los síntomas. Sin embargo, la comunidad científica y las agencias espaciales internacionales muestran cautela ante las posibles consecuencias de misiones más prolongadas, como un vuelo a Marte, ya que los efectos sobre la salud ocular derivados de la exposición prolongada a la microgravedad aún son desconocidos y no existen medidas preventivas o paliativas efectivas en la actualidad.
El equipo de investigación de Maisonneuve-Rosemont aguarda más datos de la NASA para continuar su investigación, con la esperanza de que los cambios observados en las propiedades mecánicas del ojo puedan servir como biomarcadores que ayuden a predecir el desarrollo del SANS. Esto permitiría identificar a los astronautas en riesgo antes de que experimenten problemas oculares graves durante misiones de larga duración.