La jornada electoral en Bielorrusia, celebrada el 26 de enero, se desarrolló bajo un estricto control gubernamental. Desde las primeras horas de la mañana, los colegios electorales, como el de la Universidad Estatal de Educación Física de Minsk, estaban preparados para recibir a los votantes. La presencia de agentes de seguridad era notable, con cacheos y restricciones para la prensa, lo que evidenciaba la preocupación del régimen de Aleksander Lukashenko por mantener el orden y evitar cualquier incidente que pudiera empañar su imagen.
A medida que avanzaba la jornada, las autoridades bielorrusas se mostraron satisfechas con la participación ciudadana. Según datos oficiales, un 56,64% de la población había votado a mediodía, cifra que se elevó al 87,5% al cierre de las urnas. Estos resultados, que otorgan a Lukashenko un 87,6% de los votos, le permitirían permanecer en el poder hasta 2030. Sin embargo, la legitimidad de estos comicios es cuestionada tanto por la oposición como por la comunidad internacional.
La ausencia de la oposición y el clima de represión
En contraste con la calma que se respiraba en los colegios electorales, la diáspora bielorrusa en el extranjero manifestaba su rechazo al régimen. En Varsovia, los exiliados llevaron a cabo una votación simbólica en la que Lukashenko competía contra una criptomoneda, un acto que buscaba evidenciar la falta de alternativas reales en el país. Svetlana Tijanóvskaya, líder de la oposición en el exilio, denunció a través de redes sociales la farsa de las elecciones y reafirmó que el mundo democrático no aceptará los resultados.
La represión de la disidencia en Bielorrusia ha sido sistemática desde las protestas de 2020. La campaña electoral se caracterizó por la ausencia de candidatos viables que pudieran desafiar a Lukashenko, quien ha estado en el poder desde 1994. Serguéi Syrnakov, uno de los pocos rivales que se presentó, admitió ante la BBC que no existe una alternativa real al actual presidente. Esta situación ha llevado a que muchos bielorrusos reciban presiones para no interactuar con medios opositores, lo que pone de manifiesto el clima de miedo y control que impera en el país.
Con la participación del 87,5% y los resultados a favor de Lukashenko, el régimen se siente legitimado, a pesar de las críticas que provienen de la oposición en el exilio y de diversos gobiernos occidentales. La comunidad internacional observa con preocupación la situación en Bielorrusia, donde la falta de un proceso electoral libre y justo sigue siendo una constante en la política del país.