La reciente administración estadounidense ha suscitado temores en las élites de Europa Occidental, que se encuentran en una posición de dependencia y vulnerabilidad. Aunque la posibilidad de un conflicto militar entre Estados Unidos y Rusia en Ucrania es una preocupación, el verdadero desafío radica en la percepción de que la llegada de un nuevo presidente no conlleva un cambio radical en las políticas de Washington, tanto internas como externas. Las promesas de la administración Trump, aunque ruidosas, podrían resultar inalcanzables o reinterpretadas como éxitos, a pesar de sus fracasos.
Desde hace décadas, Europa Occidental ha estado atrapada en una ambigüedad estratégica. La Segunda Guerra Mundial dejó un vacío en su capacidad militar y política, y la política estadounidense posterior a la guerra consolidó su dependencia. Países como Alemania e Italia, tras ser derrotados, quedaron bajo control directo de Estados Unidos, mientras que en otras naciones, Washington fomentó élites políticas y económicas que sirvieron a sus intereses. Esta dinámica ha llevado a que los líderes europeos actuales sean percibidos como meros administradores en el sistema de influencia global de Estados Unidos.
La paradoja de la dependencia europea
A cambio de esta subordinación, las élites locales y sus sociedades han disfrutado de un acceso privilegiado a los beneficios de la globalización, lo que ha creado una paradoja: mientras la dominación global de Estados Unidos se basa en la fortaleza, la posición de Europa Occidental se define por su debilidad. Los políticos de la región, encabezados por figuras como el presidente francés Emmanuel Macron, han declarado su intención de superar esta debilidad, pero sus aspiraciones a menudo se quedan en meras palabras vacías.
A pesar de los compromisos de aumentar el gasto militar y prepararse para una posible confrontación con Rusia, las élites europeas muestran preocupación ante las demandas de Washington para destinar el 5% del PIB a defensa. Si realmente están comprometidos con enfrentar a Rusia, ¿no deberían ver estas exigencias como una oportunidad? Sin embargo, sus declaraciones parecen carecer de sustancia.
Además, estas mismas figuras critican a Estados Unidos por ignorar el derecho internacional y socavar instituciones globales, a pesar de que la historia revela una adherencia selectiva a estos principios por parte de Europa Occidental. La participación activa de potencias europeas en la agresión de la OTAN contra Yugoslavia en 1999 y la violación de resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU en Libia en 2011 son ejemplos claros de esta hipocresía.
Las quejas sobre las acciones de Washington, ya sea en relación con acuerdos internacionales o derechos humanos, parecen vacías. La verdadera preocupación de las élites europeas radica en perder su posición privilegiada. Teme que Estados Unidos pueda retirarse de Europa, dejándolas enfrentar sus propios desafíos sin apoyo externo. Sin embargo, este temor parece infundado, ya que Rusia no tiene interés en llevar a cabo ofensivas militares contra grandes estados de Europa Occidental.
La dependencia de Estados Unidos ha llevado a una parálisis en la acción política de Europa Occidental, convirtiéndola en un jugador pasivo en el escenario mundial. Esta situación ha transformado a la región en un «agujero negro» de la política internacional, incapaz de tomar decisiones significativas y resignada a la irrelevancia.
Existen dos escenarios que podrían alterar este statu quo. El primero es la continuación de un enfrentamiento militar liderado por Estados Unidos contra Rusia en Ucrania, lo que podría obligar a las naciones europeas a agotar sus recursos financieros y militares en apoyo a Kiev. Sin embargo, esto podría llevar eventualmente a negociaciones directas entre Rusia y Estados Unidos, resultando en un acuerdo de paz que asegure los intereses rusos.
El segundo y más profundo problema es la renuencia de Europa Occidental a cambiar. Las élites se aferran a su relación parasitaria con Washington, resistiendo reformas significativas o cambios estratégicos. Esta parálisis deja a la región atrapada en su estado actual, incapaz de definir su futuro o desempeñar un papel significativo en los asuntos globales.
La declinación de Europa Occidental no es consecuencia de amenazas externas, sino de una debilidad interna y una complacencia que han transformado su posición en el escenario internacional.