El croissant, esa delicada y crujiente masa de mantequilla, se ha convertido en un emblema de la gastronomía francesa y un favorito en todo el mundo. Sin embargo, su historia es más compleja de lo que muchos podrían suponer. A pesar de su asociación casi exclusiva con la cultura francesa, este icónico pastel tiene sus raíces en Viena, Austria, donde se conocía como kipferl. Este tipo de masa, que se elaboraba con una variación más densa y menos hojaldrada que el croissant, se popularizó en el siglo XIII y fue adaptada y transformada en Francia a lo largo de los siglos. La primera receta documentada del croissant moderno data de 1915, atribuida al panadero Sylvain Claudius Goy. Fue en este momento que se perfeccionó la técnica de la masa laminada, que otorga al croissant su textura ligera y crujiente, con capas delgadas de mantequilla y masa que se hornean hasta alcanzar un dorado perfecto.
El croissant fue reconocido oficialmente como un producto nacional francés en 1920, solidificando su lugar en la cultura culinaria del país. Desde entonces, ha evolucionado, y su sencillez ha permitido que se adapte a diferentes paladares y tradiciones. En España, por ejemplo, el xuixo es una versión que se fríe y se rellena de crema catalana, mientras que en Italia encontramos el cornetto, que se elabora con una masa más gruesa y aromática.
En la última década, el croissant ha sido objeto de una serie de innovaciones gastronómicas, impulsadas en gran medida por las redes sociales. Este fenómeno comenzó en 2013, cuando el chef francés Dominique Ansel, radicado en Nueva York, creó el cronut, una combinación de croissant y doughnut. Este híbrido no solo capturó la atención de los amantes de la repostería, sino que se convirtió en un fenómeno viral, atrayendo largas colas en su pastelería. La popularidad del cronut desencadenó una ola de fusiones culinarias, dando lugar a creaciones como el cruffin (una mezcla entre muffin y croissant) y el tacro (taco y croissant). Recientemente, el crookie, una fusión de croissant y masa de galleta, ha captado el interés del público, especialmente tras su promoción por influencers en plataformas sociales.
Estas tendencias alimentarias no son meras curiosidades; representan la intersección entre la creatividad culinaria y la necesidad de los panaderos de destacar en un mercado competitivo, donde el éxito a menudo depende de la visibilidad en las redes sociales. Sin embargo, a pesar de la efímera naturaleza de estas modas, el croissant permanece como un símbolo perdurable, un alimento reconfortante que sigue siendo un deleite en cualquier mesa, acompañado de un buen café. Así, en cada bocado, se puede apreciar no solo su sabor, sino también la rica historia que lo ha llevado a convertirse en un ícono de la gastronomía global.