Entre 2015 y 2024, más de 8,000 mujeres fueron asesinadas en México debido a su género. Estos crímenes son conocidos como feminicidios y, a diferencia de los homicidios, no son el resultado de disputas privadas o personales. En cambio, son la consecuencia de una cultura de opresión y dominación que históricamente ha atacado a las mujeres y perpetuado una sociedad patriarcal.
A pesar de que el número de feminicidios ha disminuido en los últimos años, no ha habido una reducción significativa, y sigue siendo una grave crisis. Según datos gubernamentales, alrededor de 10 mujeres y niñas son asesinadas diariamente en México por parejas íntimas u otros familiares. Esta crisis se ve agravada por la impunidad sistémica en el país, donde muchos crímenes quedan sin denunciar o sin investigar, y los datos poco fiables ocultan la verdadera magnitud del problema.
Como resultado, los feminicidios en México han sido descritos como «otra pandemia», impulsada por una cultura de machismo profundamente arraigada que fomenta la violencia contra las mujeres, combinada con la falta de transparencia y justicia por parte del Estado.
Protestas y polarización política
En respuesta a esta crisis, las protestas lideradas por grupos feministas han ganado atención creciente en los últimos años. Estos movimientos han instado a la sociedad mexicana a reconocer la gravedad del problema y han exigido a las autoridades que actúen. Sin embargo, el clima político polarizado en México ha socavado las demandas de estas manifestaciones.
Mi investigación doctoral se centró en examinar el discurso político y público en torno a las protestas contra la violencia de género en México. En 2020, los colectivos feministas organizaron la marcha anual del Día Internacional de la Mujer junto con una huelga silenciosa llamada #UnDíaSinNosotras, en la que las mujeres se abstuvieron de realizar actividades públicas durante todo un día.
Si bien el apoyo a estas protestas creció, incluso desde grupos conservadores tradicionalmente opuestos a los ideales feministas, surgieron especulaciones sobre el uso oportunista del movimiento para socavar al gobierno federal de izquierdas. Inicialmente, el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador expresó su solidaridad con los grupos feministas. Sin embargo, tras negarse a revisar su estrategia sobre feminicidios, advirtió que elementos conservadores podrían infiltrarse en las protestas. Esto creó un escenario inusual donde los grupos conservadores respaldaban las demandas feministas mientras que el gobierno federal de izquierda las desestimaba.
Este turbulento clima político plantea varias preguntas: ¿Los grupos conservadores abrazaron de repente ideales feministas progresistas? ¿Los grupos feministas se alinearon con los conservadores a pesar de haber estado históricamente en oposición a sus ideas? ¿El gobierno de izquierda adoptó posiciones conservadoras para contrarrestar los movimientos feministas? Más importante aún, ¿cómo impactó este escenario las demandas de las protestas contra el feminicidio?
La polarización, típicamente enmarcada como divisiones políticas rígidas y estancadas entre dos narrativas dominantes y opuestas, en el contexto de las protestas feministas en México sugiere dinámicas más fluidas. La polarización debe verse como una relación entre narrativas que se reconfiguran constantemente en función de la posición del otro. Esto se observa en cómo las narrativas alineadas con el gobierno federal y aquellas en su contra mostraron contradicciones evidentes basadas en la postura respecto a las protestas.
A medida que los grupos conservadores apoyaron las protestas como una forma de reforzar su oposición al gobierno, el partido gobernante de izquierda, normalmente asociado con ideales más progresistas, se mostró despectivo hacia las protestas y sus demandas, buscando distanciarse de las influencias conservadoras. De esta manera, la polarización se convierte en un ejercicio de afirmación de identidad frente al otro, más que en una lucha por la verdad o la justicia social.
El análisis de los comentarios en redes sociales sobre las protestas revela que se centraron en dos temas: los debates sobre si el movimiento feminista estaba siendo cooptado por fuerzas conservadoras y las críticas a López Obrador y su administración. En ambos casos, las discusiones se desviaron de la urgente cuestión de los feminicidios, ignorando las demandas centrales de las protestas. Esta dinámica polarizada no solo oscurece los problemas sociales urgentes, sino que también contribuye a la impunidad y la falta de acción efectiva.
El panorama político mexicano pone de manifiesto cómo las formas de violencia y opresión pueden ser reproducidas y reforzadas a través de las interacciones que se producen a su alrededor. En este sentido, abordar los feminicidios requiere no solo modificaciones estructurales a las estrategias actuales, sino también un cambio en la forma en que se discute este problema en el espacio público.
Reconocer cómo la polarización, como dinámica fluida, moldea el espacio público puede proporcionar perspectivas sobre cómo se puede lograr una acción significativa en el contexto de los debates sociales y políticos actuales, enmarcados por divisiones percibidas marcadas.