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La reciente decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de imponer un arancel del 10% a las importaciones de petróleo crudo canadiense ha generado una serie de reacciones que evidencian la complejidad de las relaciones comerciales en América del Norte. Este movimiento, parte de una serie de aranceles más amplios que afectan también a México, tiene el potencial de elevar los precios del combustible para los consumidores estadounidenses, particularmente en el Medio Oeste, donde la dependencia del crudo canadiense es notable.
Según analistas del sector energético, como los de Wells Fargo, el crudo canadiense es más pesado y de menor calidad, lo que lo convierte en una opción más económica para los refinadores estadounidenses, a pesar de que Estados Unidos se ha consolidado como el mayor productor de petróleo a nivel mundial. Esta dependencia revela una vulnerabilidad en la estrategia energética estadounidense, que se ve obligada a recurrir a proveedores extranjeros, a pesar de sus abundantes recursos internos.
Impacto en el mercado y posibles repercusiones
Los refinadores del Medio Oeste han expresado su preocupación ante la posibilidad de que los aranceles se traduzcan en un aumento significativo de los precios del combustible. Se estima que un arancel del 10% podría incrementar el precio de la gasolina y el diésel en aproximadamente 15 centavos por galón, dependiendo de la respuesta de los productores canadienses y de las refinerías estadounidenses. La CEO de Marathon Petroleum, Maryann Mannen, ha señalado que la mayor parte de este coste podría ser asumido por los productores, aunque el consumidor también podría verse afectado.
Además, el clima político se ha tensado, con la candidata a primer ministro canadiense, Chrystia Freeland, advirtiendo sobre la posibilidad de que los productores canadienses busquen mercados alternativos en Europa y Asia, lo que podría resultar en un desabastecimiento en los Estados Unidos. Esto obligaría a los refinadores a buscar crudo en otras regiones, como África Occidental o América del Sur, a precios potencialmente más altos.
La situación pone de manifiesto la delicada interdependencia entre ambos países. A pesar de que Canadá podría redirigir parte de sus exportaciones, existen limitaciones logísticas que dificultan esta maniobra, especialmente en el Medio Oeste. Así, los refinadores estadounidenses se verían forzados a seguir comprando crudo canadiense, a pesar de los aranceles, lo que sugiere un reconocimiento implícito del papel crucial que juega Canadá como proveedor de energía.
En este contexto, es evidente que los aranceles propuestos no solo tienen un impacto económico, sino que también pueden generar tensiones políticas que afecten la relación bilateral. La respuesta de los productores canadienses y la capacidad de los refinadores estadounidenses para adaptarse a esta nueva realidad serán determinantes en el futuro inmediato del sector energético en América del Norte.