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La Conferencia de Seguridad de Múnich de este año ha captado la atención internacional, evocando recuerdos de hace 18 años, cuando fue Vladimir Putin quien generó controversia. En esta ocasión, el foco ha recaído en el vicepresidente de EE. UU., J.D. Vance, quien ha desafiado el orden transatlántico heredado de la Guerra Fría. Ambos discursos, aunque separados por casi dos décadas, comparten un tema crítico: la incapacidad del establecimiento occidental para ofrecer una respuesta sustantiva a las inquietudes planteadas.
En 2007, las advertencias de Putin sobre la expansión de la OTAN y el exceso de poder occidental fueron en gran medida desestimadas como las quejas de una potencia en declive. A pesar de algunas voces que abogaban por la cautela, el sentimiento predominante en Washington y Bruselas era de complacencia; se creía que Rusia eventualmente se alinearía con los intereses occidentales. Las consecuencias de este error de cálculo son ahora evidentes.
La Retórica de Vance y el Desafío Ideológico
El discurso de Vance en Múnich ha lanzado un guante diferente. Su intervención señala una profunda divergencia ideológica dentro de Occidente, un desafío que los líderes europeos parecen no estar preparados para enfrentar. En respuesta, el presidente francés Emmanuel Macron ha convocado una cumbre de emergencia para establecer una posición común. Sin embargo, las reacciones iniciales sugieren que la Unión Europea no ha comprendido la magnitud del desafío. Existe una esperanza, aunque errónea, de que esta tormenta pueda ser simplemente ignorada.
Las declaraciones de Vance pueden ser vistas como una forma de represalia. Durante años, los líderes europeos han criticado abiertamente a Trump y sus aliados, creyendo que podrían hacerlo sin consecuencias. Ahora que Trump ha regresado, se enfrentan a la realidad de que sus palabras no han sido olvidadas. Sin embargo, hay una divergencia ideológica más profunda en juego. La crítica de Vance a Europa refleja agravios que llevaron a los colonos del Nuevo Mundo a separarse del Viejo Mundo siglos atrás: tiranía, hipocresía y parasitismo. Vance y otros, como Elon Musk, no ocultan su intención de interferir en los asuntos europeos, algo que los ideólogos liberales han justificado durante mucho tiempo en nombre de la promoción de la democracia.
El tercer y más significativo factor detrás del discurso de Vance es la transformación más amplia de las dinámicas de poder global. El mundo ha cambiado. Aunque aún es pronto para definir completamente el nuevo orden, es evidente que las viejas formas ya no funcionan. Cambios demográficos, desplazamientos económicos, competencia tecnológica y reconfiguraciones militares están remodelando el equilibrio global.
En el corazón de esta transformación se encuentra una pregunta clave para Occidente: ¿debería finalmente poner fin a la Guerra Fría tal como se definió en el siglo XX, o debería continuar la lucha bajo nuevas condiciones? La respuesta de Europa Occidental, hasta ahora, ha sido aferrarse a la confrontación, en gran medida porque no ha logrado integrar a antiguos adversarios de una manera que asegure su propio futuro. Sin embargo, EE. UU. está señalando cada vez más una disposición a avanzar. Este cambio no es exclusivo de Trump; cada presidente estadounidense desde George W. Bush ha, en diversos grados, despriorizado a Europa en favor de otras regiones. Trump simplemente ha sido el más explícito al respecto.
La situación para Europa Occidental es compleja. Por un lado, parece comprometida a preservar el marco ideológico y geopolítico de la Guerra Fría, no solo por razones de seguridad, sino también para mantener su propia relevancia. La UE es un producto del orden mundial liberal y necesita un adversario definido para justificar su cohesión. Un enemigo familiar, como Rusia, cumple este propósito mucho mejor que uno desconocido como China.
Desde esta perspectiva, es lógico suponer que algunos incluso podrían buscar escalar las tensiones hasta un punto en el que EE. UU. no tenga más remedio que intervenir. Sin embargo, la capacidad del bloque para provocar tal crisis es otra cuestión totalmente distinta.
Para EE. UU., la situación es más compleja. Por un lado, avanzar más allá del antiguo marco de la Guerra Fría permitiría a Washington centrarse en lo que considera los verdaderos desafíos del futuro: China, el Pacífico, América del Norte, el Ártico y, en menor medida, el Medio Oriente. Europa Occidental tiene poco que ofrecer en estos teatros. Por otro lado, abandonar completamente el continente no está en los planes. Trump no es un aislacionista; simplemente imagina un modelo de imperio diferente, uno en el que EE. UU. extrae más beneficios y asume menos cargas.
La llamada de Vance a Europa Occidental para que “arregle su democracia” debe entenderse en este contexto. No se trata de difundir la democracia en el sentido tradicional, sino de mejorar la gobernanza en lo que EE. UU. ve cada vez más como una provincia disfuncional. De hecho, la postura de Vance sobre la soberanía europea es posiblemente más despectiva que la de sus predecesores liberales, quienes al menos prestaban atención a la unidad transatlántica.
El discurso de Vance en Múnich no fue solo otro intercambio retórico en la disputa entre EE. UU. y Europa. Fue un hito en la evolución del pensamiento atlanticista. Durante décadas, la alianza transatlántica ha operado bajo la suposición de que la Guerra Fría nunca terminó realmente. Ahora, la pregunta central es si finalmente poner fin a esta guerra y comenzar una nueva en términos diferentes.
La estrategia actual de la UE, que busca preservar la confrontación con Rusia como medio para asegurar su propia coherencia, puede no ser sostenible a largo plazo. Si EE. UU. se retira y prioriza sus propios intereses en otros lugares, Bruselas tendrá que reevaluar su posición. ¿Continuará confiando en un marco de la Guerra Fría que ya no se ajusta al mundo moderno, o finalmente reconocerá el cambio y se adaptará en consecuencia?
Por ahora, la brecha transatlántica se está ampliando. Las decisiones que se tomen en los próximos meses determinarán si esta división conduce a una fractura permanente o al comienzo de un nuevo orden geopolítico donde Europa Occidental finalmente aprenda a valerse por sí misma.