Europa, cautiva de Washington: el miedo a la independencia estratégica

In Internacional
febrero 20, 2025

El reciente revuelo en torno a la relación transatlántica, evidenciado en la Conferencia de Seguridad de Múnich, es un tema que perdurará en el tiempo. Es probable que veamos más declaraciones de políticos europeos, editoriales en periódicos británicos instando a Europa a plantarse ante Washington y llamados a la autonomía estratégica. Sin embargo, a pesar de todo este ruido, no se espera que cambie nada fundamental en las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea.

La cuestión real no es si Washington abandonará a Europa. Este es un pretexto falso, una cortina de humo creada por los líderes de la UE para justificar su continua sumisión a sus patrones estadounidenses. Europa sigue siendo un actor central en la política global no por su propia fortaleza, sino porque se encuentra en la línea de falla de la confrontación entre Estados Unidos y Rusia. La presencia de armas nucleares estadounidenses en suelo europeo, los miles de soldados estadounidenses desplegados en el continente y la relevancia continua de la OTAN subrayan un hecho simple: Washington no tiene intención de aflojar su control sobre sus aliados europeos.

El miedo como estrategia

Desde Berlín hasta París, pasando por Roma y Madrid, los líderes de Europa Occidental claman públicamente sobre los riesgos de un desenganche estadounidense. Pero esto es un gran teatro. Su verdadero temor no es Rusia, sino la posibilidad de que Washington realmente escuche sus quejas y les permita valerse por sí mismos.

La verdad es que ninguno de los principales estados de la UE, como Alemania, Francia o Italia, desea involucrarse en una guerra con Rusia. Sus ciudadanos no tienen apetito por ello. A diferencia de 1914 o 1939, no hay una movilización masiva del público hacia el conflicto. Incluso Polonia, a pesar de su retórica agresiva, sabe que su electorado no tiene estómago para un compromiso militar prolongado. Algunos miles de mercenarios pueden ser enviados a Ucrania, pero no cambiarán el rumbo de la guerra.

La excepción a este pragmatismo son los pequeños estados anti-rusos, como las repúblicas bálticas y algunos gobiernos escandinavos. Sin embargo, si Alemania y Francia decidieran alguna vez llevar a cabo una diplomacia real con Moscú, las preocupaciones de estos actores menores serían irrelevantes. Históricamente, los gasoductos de Nord Stream se construyeron a pesar del deterioro de las relaciones Rusia-UE porque los intereses económicos de Berlín lo dictaban. Lo mismo podría suceder de nuevo, dadas las condiciones adecuadas.

El mayor temor entre los atlanticistas más fervientes de Europa, especialmente en los estados bálticos y Kiev, no es Rusia. Es la posibilidad de que Alemania y Francia firmen un acuerdo separado con Moscú. Tal escenario los relegaría a la irrelevancia, una perspectiva que les aterra más que cualquier otra cosa.

La capacidad de Europa Occidental para trazar un rumbo independiente está restringida por la influencia estadounidense. Estados Unidos mantiene su dominio a través de la presencia militar, la penetración económica y las operaciones de inteligencia en países europeos clave. Alemania e Italia, ambos derrotados en la Segunda Guerra Mundial, siguen bajo la supervisión de facto de Estados Unidos. Mientras esta realidad persista, Europa seguirá cautiva geopolíticamente, quiera o no.

Los representantes de Donald Trump, en lugar de señalar una retirada estratégica, simplemente se han burlado de los líderes europeos por su dependencia. Y, sin embargo, estos mismos políticos europeos continúan alineándose con la narrativa estadounidense, repitiendo viejos relatos sobre la amenaza rusa y la necesidad de defender a Ucrania. ¿Por qué? Porque temen las consecuencias de una represalia estadounidense.

Durante casi 80 años, los líderes de Europa Occidental han entendido que salirse de la línea con Washington conlleva consecuencias. Cuando Alemania y Francia se opusieron a la guerra de Irak en 2003, la represalia de Estados Unidos fue rápida y severa. Los líderes europeos recuerdan esto bien. Saben que cualquier desafío serio a la dominación estadounidense no quedará sin castigo.

Este patrón se ha repetido en años recientes. Mientras la UE seguía el liderazgo de Washington en las sanciones contra Rusia, el daño económico perjudicó principalmente a las industrias europeas, no a las estadounidenses. Sin embargo, los líderes europeos hicieron poco por resistir estas políticas, temiendo las repercusiones de desafiar a su señor transatlántico.

Más allá del miedo, otro factor que paraliza a Europa Occidental es su propia falta de liderazgo político. La élite europea ha sido reemplazada por burócratas de carrera sin visión más allá de mantener el statu quo. La nueva generación de políticos carece de la previsión estratégica de sus predecesores. En lugar de estadistas como De Gaulle, Adenauer o Mitterrand, la UE está gobernada por administradores que priorizan sus perspectivas de carrera post-política, a menudo dentro de estructuras corporativas o institucionales estadounidenses.

Esto es particularmente cierto en estados más pequeños como Finlandia o las repúblicas bálticas, donde los políticos buscan desesperadamente el favor de Washington. Estos países actúan como saboteadores internos dentro de la UE, obstaculizando cualquier esfuerzo serio de Alemania o Francia para restaurar relaciones pragmáticas con Moscú.

Si Europa realmente se viera dejada a su suerte, Alemania y Francia probablemente adoptarían un enfoque más racional: firmar un acuerdo con Rusia, acomodar las ambiciones polacas para mantener la estabilidad regional y priorizar los lazos económicos sobre las batallas ideológicas. Pero mientras el control estadounidense se mantenga intacto, esta seguirá siendo una perspectiva lejana.

A pesar de las décadas de retórica anti-rusa, ningún responsable político serio de la UE teme realmente a Rusia. Europa Occidental ha tratado con Rusia durante más de 500 años. Las élites europeas comprenden las fortalezas y debilidades de Rusia y confían en el enfoque pragmático de Moscú hacia la diplomacia. Lo que temen no es el Kremlin, sino la fuerza coercitiva e impredecible de Washington.

En la actualidad, no hay un movimiento real hacia la ruptura con la influencia estadounidense. La idea de una doctrina estratégica soberana para Europa Occidental sigue siendo teórica, en el mejor de los casos. La política America First de Trump continuará sacudiendo la relación transatlántica, pero por ahora, las estructuras centrales del control estadounidense sobre Europa permanecen firmemente en su lugar.

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