
Entre Hawái y California, enormes corrientes oceánicas atrapan residuos en el infame Gran Parche de Basura del Pacífico, un problema que se presenta en diversas regiones del mundo. Aunque los esfuerzos por limpiar esta vasta extensión de desechos con redes de arrastre son bien intencionados, los costos financieros y medioambientales asociados al combustible que consumen generan controversia.
Análisis de las corrientes oceánicas para una limpieza más eficiente
Un estudio publicado en la revista Ocean Science ha analizado las corrientes superficiales del océano mediante observaciones satelitales, identificando áreas que, debido a sus patrones de circulación, concentran objetos a la deriva en grandes parches de basura. Rodrigo Duran, científico investigador del Instituto de Ciencia Planetaria y coautor del estudio, afirma: «Con esta información, podemos dejar que las corrientes hagan el trabajo. En lugar de que los barcos naveguen lentamente, consumiendo combustible, pueden mantenerse en su posición y mantener las redes estables en un lugar donde las corrientes canalizan y agregan objetos a la deriva, lo que teóricamente ahorraría tiempo, dinero y combustible a los equipos de limpieza».
Luca Kunz, estudiante de posgrado en la Universidad de Hamburgo, es el autor principal del artículo. Duran explica que, aunque Isaac Newton fue el primero en abordar problemas de trayectoria al estudiar cuerpos celestes, los modelos de movimiento en el océano son considerablemente más complejos. «No se trata de ecuaciones de gravedad, que son previsibles durante mucho tiempo. El océano está en constante cambio», señala.
Para comprender mejor este entorno variable, el equipo de investigación combinó más de 20 años de datos satelitales sobre corrientes oceánicas con información recogida por sensores flotantes, denominados «drifters», que navegan por las corrientes y registran sus trayectorias. De esta recopilación, identificaron y categorizaron 3.5 millones de Perfiles Atractores Transitorios, o TRAPs, que son zonas donde los objetos a la deriva, incluidos los desechos, se agrupan gracias a la interacción de dos o más remolinos, o corrientes circulares. Cada remolino puede tener un diámetro de entre 60 y 180 millas y acumular objetos a la deriva en una región más grande que una ciudad, alcanzando hasta 60 millas en su punto más ancho, según Duran.
Los TRAPs más comunes y efectivos se forman cuando cuatro remolinos se unen en una configuración específica, siendo esta disposición la más estable en un 60% de los casos. «Los remolinos que giran en sentido antihorario se situarían en los cuadrantes superior derecho e inferior izquierdo, mientras que aquellos en sentido horario estarían en los cuadrantes superior izquierdo e inferior derecho», explica Duran.
Dado que estas estructuras organizan el movimiento de los objetos con las corrientes y el viento, el trabajo de este equipo puede aplicarse en diversas situaciones. «Un ejemplo obvio sería la búsqueda y rescate de personas desaparecidas», dice Duran. «Esto también podría servir si un barco pierde su carga. Incluso se puede utilizar para datos atmosféricos. Cuando erupcionan volcanes o estallan incendios forestales, los aeropuertos necesitan saber si deben redirigir los vuelos. Es un momento muy emocionante para la investigación», concluye.
El estudio fue realizado en colaboración con la Universidad de Hamburgo y The Ocean Cleanup, una organización sin fines de lucro con sede en los Países Bajos que desarrolla tecnologías para limpiar los océanos del plástico.