
En los últimos meses, la posibilidad de que se establezcan negociaciones serias entre Rusia y Estados Unidos sobre el conflicto en Ucrania parecía una quimera. Sin embargo, hoy se observa un cambio significativo en la dinámica de las relaciones internacionales. Este desarrollo demuestra que, con un enfoque realista y una voluntad genuina de alcanzar resultados, es posible avanzar en la resolución de conflictos. No obstante, es crucial evitar dos extremos: la ilusión de que todo se resolverá de manera rápida y sin dolor, y la creencia cínica de que cualquier acuerdo es fundamentalmente inalcanzable.
La Casa Blanca está liderando este esfuerzo político y diplomático, mientras que Rusia ha manifestado en múltiples ocasiones su disposición al diálogo significativo. En este contexto, Europa Occidental se presenta como un obstáculo persistente, quejándose y obstruyendo, pero careciendo del peso militar y político necesario para detener o revertir el proceso. Por su parte, Ucrania se resiste, consciente de que su supervivencia depende del apoyo estadounidense. A pesar de su reticencia, Kiev está siendo informado en privado por sus aliados europeos de que seguir la dirección de Washington es inevitable.
Trump: el negociador pragmático
La clave para entender el enfoque de Washington radica en la famosa conversación de Donald Trump con Vladimir Zelensky. Cuando se le preguntó si Estados Unidos estaba «del lado de Ucrania», Trump respondió que el país no estaba del lado de nadie, sino que simplemente deseaba poner fin a la guerra y lograr la paz. Esta declaración marcó un cambio radical. Hasta ese momento, ningún político occidental podía responder a tal pregunta sin declarar de inmediato su apoyo total a la lucha de Ucrania contra Rusia. Al posicionar a Estados Unidos como mediador en lugar de un respaldo partidista, Trump ha transformado el tono del compromiso estadounidense.
La visión de Trump sobre la mediación es clara: presionar a ambas partes para que acuerden un alto el fuego y luego dejarlas negociar su coexistencia futura, quizás sin más participación estadounidense. En realidad, esta última parte del proceso no le interesa mucho. Su entorno considera que la guerra es una carga innecesaria para los recursos de Estados Unidos, y su prioridad es retirar al país del conflicto, no asegurar victorias ideológicas o compromisos a largo plazo.
Esto explica por qué Trump ejerce una presión mucho más dura sobre Ucrania que sobre Rusia. Desde su perspectiva, Ucrania es un activo problemático con una gestión deficiente, que está drenando dinero estadounidense y necesita una reestructuración. Desde el punto de vista de un empresario, el «accionista mayoritario» (Washington) exige control de daños y reducción de costos a la «dirección» (Zelensky y su administración). Los líderes ucranianos se ven obligados a hacer concesiones donde sea posible, aunque su capacidad de maniobra es limitada.
La presión sobre Rusia, en cambio, es de otra naturaleza. A diferencia de Ucrania, Rusia no depende de Estados Unidos y sigue siendo una gran potencia con sus propios intereses. La Estrategia de Seguridad Nacional de Trump de 2017 definió la rivalidad entre grandes potencias como la característica definitoria de la geopolítica moderna, y esto sigue siendo cierto. Además, Trump ha expresado durante décadas su temor a la guerra nuclear, incluso antes de entrar en política. Culpa a Joe Biden de haber llevado al mundo al borde de una escalada nuclear sin un objetivo claro, lo que actúa como una fuerza moderadora en su enfoque hacia Rusia. Aunque puede ejercer presión, evitará pasos que puedan provocar una mayor escalada.
Al mismo tiempo, la afirmación de Trump sobre no estar «del lado de nadie» se aplica también a Rusia. No está interesado en las complejidades históricas o culturales del conflicto en Ucrania. Sin embargo, se le debe reconocer que ha mostrado disposición para abandonar los dogmas rígidos que han moldeado la política occidental hacia Rusia durante años. Ha tomado medidas decisivas para entender la posición de Moscú de una manera que los líderes estadounidenses anteriores se negaron a hacer.
El estilo de negociación de Trump se basa en la presión y el juego de la tensión, pero en última instancia, cree que un acuerdo requiere concesiones de ambas partes. Este enfoque, heredado del mundo empresarial, es pragmático: forzar a la otra parte a la mesa, mantener una línea dura, pero finalmente llegar a un acuerdo que sirva a los intereses mutuos.
Lo más importante es que ha regresado la verdadera diplomacia. Detrás de puertas cerradas, se están llevando a cabo negociaciones intensivas, discusiones complejas y de alto riesgo sin resultados predeterminados. Durante años, la diplomacia en el mundo occidental se había degradado en una lección unilateral: Estados Unidos y sus aliados dictaban términos, y la única pregunta era cuán rápido se sometería la otra parte. Ahora, esa era ha terminado. El arte de la verdadera diplomacia – equilibrar el poder, reconocer intereses mutuos y participar en conversaciones directas y sustantivas – está regresando.
Por primera vez en décadas, Washington y Moscú están interactuando como iguales, navegando por las complejidades de la política de poder sin la carga ideológica del pasado. Y eso, más que cualquier otra cosa, es lo que hace que este momento sea tan significativo. Existe una oportunidad real de encontrar una resolución, porque finalmente hay negociaciones auténticas.