
El panorama comercial global se encuentra en un proceso de transformación que desafía las nociones tradicionales sobre el libre comercio. Durante décadas, se ha sostenido la creencia de que la apertura económica podría fomentar la paz y la estabilidad, transformando a los regímenes autoritarios en actores más pacíficos. Sin embargo, la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha puesto en crisis esta perspectiva. En lugar de lamentar el ocaso de un multilateralismo basado en compromisos comerciales, es preciso reconocer que estamos ante un ajuste necesario hacia una realidad en la que la seguridad económica prevalece sobre la eficiencia de los mercados y la resiliencia sobre la minimización de costos.
La Organización Mundial del Comercio (OMC), que ha limitado el proteccionismo desde su creación en 1995, ya no es el eje central del comercio global que fue en su momento. Las negociaciones multilaterales han estancado, y el sistema de resolución de disputas de la OMC se encuentra paralizado. Estados Unidos, que anteriormente fue un defensor del comercio basado en reglas, ha cambiado su enfoque, priorizando ventajas estratégicas en un mundo donde las dinámicas de poder superan a los marcos legales. Años de negociaciones sobre subsidios agrícolas y pesqueros han resultado en escasos progresos, lo que pone de manifiesto la dificultad de alcanzar consensos en un contexto de intereses nacionales cada vez más divergentes.
El comercio impulsado por la seguridad
Para la Unión Europea, esto implica utilizar sus instrumentos de política comercial, especialmente en relación con China, basándose en un análisis cuidadoso de la dependencia que identifique los productos y materias primas estratégicas. La Comisión Europea, al establecer objetivos de autosuficiencia para las tecnologías verdes en virtud de la Ley de Industria de Cero Emisiones, cometería un error al considerar que la sustitución de productos nacionales por importaciones es la manera adecuada de reducir dependencias. En la mayoría de los casos, la reducción de la concentración de importaciones requerirá diversificar proveedores en lugar de fomentar la producción interna europea.
Este enfoque en el comercio impulsado por la seguridad exige un alejamiento de un multilateralismo frágil hacia alianzas regionales más selectivas. Estos «clubes comerciales» alinearían los intereses económicos con prioridades de seguridad compartidas. Por ejemplo, el fortalecimiento de los lazos de la UE con los estados del Mercosur, un grupo de países no hegemónicos que dependen del comercio abierto, ejemplifica este enfoque. Intensificar el comercio con países seleccionados podría ser la mejor respuesta a las tarifas impuestas por Trump, evitando así la situación de pérdidas mutuas que resultan de guerras arancelarias.
A pesar de que algunos temen que este giro hacia el regionalismo pueda desfavorecer a las naciones más pobres, las alianzas comerciales regionales pueden empoderar a los estados más pequeños. Un ejemplo es el Área de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA), que otorga a las naciones africanas un poder de negociación colectivo que podrían no tener de manera individual. Desde su inicio con 22 firmantes, AfCFTA ha crecido hasta incluir 48 países, aumentando así la influencia del continente en el comercio global.
El fin de la era dorada del comercio libre no implica necesariamente una catástrofe. A medida que las naciones enfrentan desafíos de seguridad, la política comercial debe evolucionar para reflejar estas nuevas prioridades. Las alianzas estratégicas, las cadenas de suministro diversificadas y los acuerdos comerciales selectivos marcarán el futuro del comercio global. En este contexto, es esencial que la OMC se reoriente hacia acuerdos «plurilaterales» entre países afines, fomentando asociaciones flexibles en lugar de perseguir grandes acuerdos comerciales que resulten difíciles de alcanzar.