
Un reciente estudio de investigadores de la Universidad Estatal de Pensilvania ha puesto de manifiesto una inquietante paradoja en el uso de insecticidas en la agricultura. Aunque estos productos químicos son comúnmente empleados para proteger los cultivos de insectos dañinos, su uso preventivo podría estar contribuyendo a un aumento en la proliferación de ciertas malas hierbas. Este hallazgo, publicado en la revista PeerJ, es de particular relevancia en un contexto donde la resistencia de las malezas a herbicidas como el glifosato se está convirtiendo en un problema creciente para los agricultores.
En el estudio, se compararon dos enfoques: el uso preventivo de insecticidas al momento de la siembra y un enfoque de manejo integrado de plagas (MIP), que recomienda el uso de insecticidas solo cuando se identifica un problema de insectos. Además, se examinó el efecto de los cultivos de cobertura, que son plantas sembradas para proteger el suelo después de la cosecha del cultivo principal, en combinación con estos planes de tratamiento.
Los investigadores notaron que, tras tres años, algunos campos tratados con insecticidas y sin cultivos de cobertura presentaron un incremento en la población de malas hierbas, especialmente de la especie conocida como marestail. Sin embargo, la siembra de un cultivo de cobertura mitigó este problema, incluso en aquellos campos donde se aplicaron insecticidas. John Tooker, uno de los autores del estudio y profesor de entomología, sugirió que esto podría deberse a que los insecticidas preventivos limitan la actividad de los insectos que suelen alimentarse de malezas o de sus semillas, lo que a su vez permite un aumento en la abundancia de estas.
Implicaciones para los agricultores
Tooker enfatizó que el uso rutinario de insecticidas al inicio de la temporada no parece ser la mejor estrategia en Pensilvania, dado que los insectos dañinos en esta fase temprana son relativamente poco comunes. «Promovemos un enfoque de MIP que aboga por usar los productos adecuados en el momento justo para controlar las plagas correctas, lo que también ayuda a reducir las consecuencias negativas del uso excesivo de estos tratamientos», afirmó.
Elizabeth Rowen, autora principal y profesora asistente en la Universidad de California, Riverside, subrayó la importancia de desarrollar múltiples estrategias para el manejo de malas hierbas, especialmente en un contexto donde muchas de las semillas cultivadas han sido modificadas para resistir tratamientos herbicidas, lo que complica aún más su control. La investigación destacó que insectos como escarabajos, hormigas y grillos pueden desempeñar un papel crucial al alimentarse de semillas de maleza, pero los insecticidas pueden afectar también a estos insectos beneficiosos, interfiriendo en su capacidad para controlar la población de malas hierbas.
El estudio se llevó a cabo en parcelas de maíz y soja en el Centro de Investigación Agrícola Russell E. Larson de la Universidad Estatal de Pensilvania, donde se asignaron tres tratamientos a cada parcela: el uso de insecticidas preventivos, un plan de MIP o la ausencia total de insecticidas. Los resultados se monitorearon durante tres años, observando factores como la biomasa del cultivo de cobertura, las comunidades de insectos depredadores, la depredación de semillas de malas hierbas, las poblaciones de malezas y la productividad de los cultivos.
Los hallazgos sugieren que un enfoque de MIP puede ser particularmente valioso para los agricultores, especialmente aquellos que manejan grandes superficies agrícolas. «Frecuentemente, los campos de maíz y soja son tan extensos que los agricultores tienden a realizar toda la gestión de manera anticipada para evitar tener que inspeccionar los campos en el futuro. Sin embargo, nuestra evidencia sugiere que caminar por los campos para identificar problemas a medida que surgen puede proporcionar beneficios claros en términos de reducción de la necesidad de ciertos pesticidas, incluidos muchos fungicidas e insecticidas», concluyó Tooker.