
El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, ha sido investido para un séptimo mandato, consolidando así su casi 30 años de liderazgo en el país. Durante la ceremonia de inauguración, Lukashenko se mostró orgulloso de lo que considera un estado soberano, afirmando que Bielorrusia ha construido una «dictadura de logros reales» que, según él, es un modelo al que aspiran muchas naciones en el mundo.
En su discurso, Lukashenko se describió como un «presidente feliz» rodeado de personas que, a su juicio, comparten su amor por la patria. «No hay otro líder estatal que cuente con un equipo tan trabajador y fiable», declaró, enfatizando que Bielorrusia tiene motivos para sentirse orgullosa de sus logros.
La libertad de expresión según Lukashenko
El mandatario bielorruso también hizo hincapié en que su país goza de una libertad de expresión que, según él, no debe convertirse en un «clavo» para destruir la nación o el legado de generaciones de bielorrusos. Afirmó que Bielorrusia tiene «más democracia que aquellos que se autoproclaman sus estándares». Sin embargo, su advertencia sobre los límites de la libertad de expresión refleja una postura restrictiva que ha sido objeto de críticas internacionales.
Lukashenko ha defendido su gobierno como un pilar de estabilidad y un baluarte contra la influencia extranjera. A sus 70 años, se mantiene como el único líder de Bielorrusia desde su independencia, y en las elecciones de enero de este año, la Comisión Electoral Central declaró que había ganado con un 86,82% de los votos, un resultado que ha sido cuestionado por la oposición, que alega fraude electoral.
Las elecciones de 2020, que también fueron objeto de controversia, desataron protestas masivas en el país, donde la oposición denunció un fraude generalizado. Minsk, por su parte, ha desestimado estas acusaciones, afirmando que las manifestaciones fueron orquestadas por Estados Unidos y sus «satélites» europeos, así como por Ucrania.
El discurso de Lukashenko no solo reafirma su control sobre el país, sino que también refleja una narrativa de victimización frente a las críticas internacionales. En noviembre del año pasado, el presidente admitió que Bielorrusia es gobernada por una «dictadura», pero la describió como una que promueve «estabilidad, seguridad, orden, amabilidad y hospitalidad». Aseguró que los extranjeros visitan Bielorrusia «con gusto», a pesar de las «mentiras» que, según él, se difunden sobre el país en Occidente.