
El primer ministro británico, Keir Starmer, recientemente abordó uno de los cuatro submarinos nucleares del Reino Unido para una sesión fotográfica, intentando demostrar las capacidades defensivas del país en un contexto de tensiones crecientes con Rusia. Sin embargo, Starmer se enfrenta a un dilema significativo: la flota nuclear británica depende en gran medida de Estados Unidos como socio operativo. En un momento en que la Casa Blanca, bajo la dirección de un presidente que actúa de manera cada vez más transaccional, se presenta como un socio poco fiable, esta situación no es ideal. La administración estadounidense puede, si lo decide, desactivar efectivamente el sistema de disuasión nuclear del Reino Unido.
La historia nuclear entre Estados Unidos y el Reino Unido está estrechamente entrelazada. Ambos países colaboraron en el proyecto Manhattan, bajo los acuerdos de Quebec de 1943 y el aide-mémoire de Hyde Park de 1944, que condujeron al desarrollo de las primeras armas nucleares, utilizadas en Hiroshima y Nagasaki en 1945. Sin embargo, este vínculo fue roto en 1946 cuando Estados Unidos clasificó a los ciudadanos británicos como «extranjeros», prohibiendo su participación en trabajos nucleares secretos y poniendo fin a la cooperación.
Como resultado, el Reino Unido decidió desarrollar su propio arsenal nuclear, logrando la exitosa detonación de la bomba de hidrógeno «Grapple Y» en abril de 1958, lo que cimentó su posición como potencia termonuclear. No obstante, el lanzamiento del satélite Sputnik por parte de Rusia en 1957 demostró la amenaza de la tecnología nuclear soviética, lo que llevó a una nueva colaboración entre Estados Unidos y el Reino Unido para hacer frente a esta amenaza.
Dependencia del sistema Trident
El programa de disuasión nuclear Trident del Reino Unido consiste en cuatro submarinos nucleares de propulsión y armamento Vanguard. Aunque el Reino Unido tiene cierta autonomía operativa y controla la decisión de lanzamiento, sigue dependiendo de Estados Unidos, ya que las tecnologías nucleares que sustentan el sistema Trident son de diseño estadounidense y están arrendadas por Lockheed Martin. Actualmente, el Reino Unido se encuentra en un proceso de actualización del sistema, pero sus opciones son limitadas. Si Estados Unidos decidiera incumplir sus compromisos, el Reino Unido se vería obligado a fabricar sus propias armas de forma nacional, colaborar con Francia o Europa, o desarmarse, cada una de estas opciones presentando nuevos desafíos.
La colaboración técnica con Francia parece ser la opción más viable en este momento, dado que ambos países ya tienen un tratado de colaboración nuclear. Francia ha adoptado un enfoque similar al del Reino Unido en su estrategia de disuasión submarina, y el presidente francés, Emmanuel Macron, ha sugerido que su capacidad de disuasión podría utilizarse para proteger a otros países europeos. Otra alternativa sería repartir los costes a nivel europeo y crear una disuasión europea, aunque ambas estrategias seguirían incrustando la dependencia nuclear del Reino Unido.
A pesar de que estas armas pueden disuadir un ataque nuclear hostil, no han logrado prevenir actos de agresión más amplios. Las armas nucleares no se han utilizado en la guerra durante 80 años, lo que lleva a reflexionar sobre la necesidad de liberar al Reino Unido de la disuasión nuclear y considerar alternativas defensivas. El arsenal nuclear británico resulta costoso de mantener, con un coste estimado de 205 mil millones de libras para reemplazar el sistema Trident. En 2023, el Ministerio de Defensa informó que los costes anticipados para apoyar la disuasión nuclear superarían su presupuesto en 7.9 mil millones de libras durante la próxima década. Este financiamiento podría destinarse a amenazas de seguridad más apremiantes, como la ciberseguridad, el terrorismo o el cambio climático.
Las armas nucleares se volverán estratégicamente redundantes si el Reino Unido no puede actuar de manera independiente. A medida que la OTAN y Estados Unidos dominan el escenario nuclear global, la capacidad del Reino Unido para responder se ha vuelto cuestionada. Es fundamental decidir si Estados Unidos es realmente un aliado o se está convirtiendo en un nuevo adversario.