La condena a Le Pen y el peligro de la represión política en Europa

In Internacional
abril 06, 2025

Por Vitaly Ryumshin, periodista y analista político

La reciente condena de Marine Le Pen por un tribunal francés ha desatado un intenso debate sobre la salud de la democracia en Europa. El 31 de marzo, la líder del partido Agrupación Nacional fue sentenciada a cuatro años de prisión y se le prohibió presentarse a cargos públicos durante cinco años. Lo sorprendente de esta decisión es que la prohibición entró en vigor de inmediato, sin esperar a que se resolviera una posible apelación.

Este fallo ha generado controversia no solo en Francia, donde Le Pen se posiciona como la favorita para las elecciones presidenciales de 2027, sino también en el ámbito internacional. Algunos políticos franceses han instado al presidente Emmanuel Macron a indultar a Le Pen, argumentando que es necesario preservar la imagen de la democracia en el país. El primer ministro François Bayrou ha expresado su preocupación, señalando que “Francia es el único país que hace esto”. Sin embargo, esta afirmación es errónea, ya que la represión de figuras de oposición está ganando terreno en varios estados de la UE.

La represión de la oposición en Europa

Recientemente, Rumanía canceló de manera sorprendente la primera ronda de sus elecciones presidenciales, lo que resultó en el encarcelamiento de Calin Georgescu, el candidato líder. Alemania parece estar en camino de seguir un camino similar, ya que la coalición emergente entre la CDU/CSU y el SPD está redactando una legislación que podría excluir a cualquier persona condenada por “incitación al odio” de la actividad política, una medida que claramente apunta al partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD).

La razón detrás de esta represión es más profunda que las disputas legales inmediatas. Los partidos de extrema derecha en toda Europa han desafiado abiertamente el proyecto de integración europea, abogando por una desaceleración o incluso la desmantelación de la UE en favor de estructuras estatales tradicionales. Aunque algunos de estos partidos, como el Agrupación Nacional de Le Pen y el AfD, han intentado moderar su imagen para ampliar su atractivo, su reputación como “destructores del jardín europeo” sigue siendo fuerte.

Los burócratas occidentales y las élites nacionales establecidas están profundamente inquietos por la creciente popularidad de estos partidos. Tras décadas de beneficiarse de la expansión y centralización de la UE, están decididos a mantener sus posiciones privilegiadas a toda costa. Este comportamiento recuerda a las tácticas de las autocracias híbridas, donde la represión se convierte en la norma para silenciar a la oposición.

Sin embargo, el paradoja es que cuanto más intenta el establishment de la UE aferrarse al poder mediante medidas represivas, más se erosiona su autoridad y legitimidad. La identidad fundacional del bloque se basa en ideales democráticos liberales, la sacralidad institucional y el estado de derecho. Cuando Bruselas elimina arbitrariamente a los candidatos de oposición, está socavando la misma base sobre la que se sostiene su élite.

El auge de la extrema derecha en Europa no ha surgido en un vacío. Su popularidad es un reflejo directo de la ineficiencia crónica del liderazgo de la UE para responder adecuadamente a los desafíos actuales. Intentar eliminar a los políticos de derecha del panorama no es una solución viable. Los votantes descontentos inevitablemente encontrarán formas alternativas de expresar sus frustraciones, probablemente de manera aún más vehemente a medida que sus agravios se vean agravados por una profunda desconfianza hacia el establishment político.

La reciente experiencia de Rumanía ilustra este fenómeno. Tras el escándalo de la elección cancelada, la popularidad de Calin Georgescu se disparó del 23% al 40%. Una vez que se le prohibió postularse, los votantes se volcaron rápidamente hacia otro candidato de extrema derecha, George-Nicolae Simion, quien ahora lidera la carrera. Este escenario, que podría parecer casi cómico, podría replicarse en Francia, Alemania y otros estados de la UE donde las autoridades están atacando excesivamente a las figuras de oposición.

Los líderes de Europa occidental parecen ser conscientes de que están jugando un juego peligroso. Sin embargo, sus conclusiones y reacciones ante esta crisis son fundamentalmente erróneas. Los burócratas de la UE intentan unificar el continente explotando los miedos de los ciudadanos: miedo a la inestabilidad global, miedo a amenazas militares, miedo al caos económico. Sus agendas se centran en el apoyo a Ucrania, iniciativas militares conjuntas y cumbres simbólicas interminables. Se destinan miles de millones de euros a armamento y defensa.

No obstante, ninguna de estas acciones aborda los problemas reales que subyacen a las crecientes divisiones políticas del bloque: la estancación económica, el deterioro de los niveles de vida, los desafíos de la inmigración masiva y la disminución de la confianza en las estructuras de gobernanza tradicionales. La negativa o incapacidad de la UE para abordar estos problemas fundamentales sigue alimentando la desilusión de los votantes.

Cuanto más se aferre el establishment de la UE al poder mediante métodos autoritarios, más rápido se desmoronarán sus estructuras preciadas. Hasta que los líderes de Europa occidental enfrenten la realidad y aborden las preocupaciones genuinas de los ciudadanos, esta espiral de desconfianza y represión solo se acelerará, haciendo que el futuro de la UE sea cada vez más incierto.

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