
En la reciente serie de órdenes ejecutivas emitidas por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, una de ellas advertía sobre “una narrativa distorsionada” acerca de la raza “impulsada por la ideología más que por la verdad”. Esta orden ejecutiva señalaba específicamente una exposición actual en el Museo de Arte Americano Smithsonian titulada “La forma del poder: Historias de raza y escultura americana” como un ejemplo de esta supuesta distorsión. La muestra presenta más de dos siglos de esculturas que ilustran cómo el arte ha generado y reproducido actitudes e ideologías raciales.
La orden ejecutiva condenaba la exposición por promover la idea de que la raza no es una realidad biológica, sino una construcción social. Se citaban afirmaciones como: “Aunque la genética de una persona influye en sus características fenotípicas, y la raza autodeclarada puede verse afectada por la apariencia física, la raza en sí misma es una construcción social”. Sin embargo, estas palabras no pertenecen al Smithsonian, sino a la Sociedad Americana de Genética Humana, lo que pone de manifiesto la desconexión entre la evidencia científica y la narrativa política.
El debate sobre la existencia de la raza ha evolucionado desde principios del siglo XX, cuando los científicos creían que los seres humanos podían dividirse en razas distintas basadas en características físicas. Esta clasificación resultó ser caótica, con científicos que ofrecían diferentes números de razas, reflejando una confusión que persistió durante décadas. A medida que avanzaba la investigación, se hizo evidente que las diferencias físicas entre los humanos son mínimas, lo que llevó a algunos académicos a concluir que era imposible establecer una línea de color clara entre las razas. Con el tiempo, los estudios comenzaron a centrarse más en la cultura como un factor que explica las diferencias entre los grupos, en lugar de seguir insistiendo en una clasificación biológica que no se sostenía científicamente.