
La desigualdad de género se manifiesta de diversas formas en nuestra sociedad, y uno de los aspectos más evidentes es la división del trabajo. Esta cuestión no solo afecta a las mujeres, sino que perpetúa una jerarquía de poder que impacta tanto en hombres como en mujeres. Según el análisis reciente de la profesora Cordelia Fine, autor del libro «Patriarchy Inc.: What We Get Wrong About Gender Equality and Why Men Still Win at Work», es fundamental abordar las divisiones laborales desde una perspectiva crítica para avanzar hacia una igualdad real.
Divisiones de trabajo y desigualdad de género
Las estadísticas sobre la representación de mujeres y hombres en el ámbito laboral son alarmantes. En 2022, los hombres ocupaban más del 80% de los puestos directivos en empresas de servicios financieros en América del Norte y Europa. A pesar de que el acceso a la educación ha mejorado, las mujeres siguen estando subrepresentadas en las posiciones de mayor prestigio y remuneración. Este fenómeno no se limita a los altos cargos; también se observa que los hombres están sobrerrepresentados en trabajos de menor estatus, como el de operarios y recolectores de basura.
El trabajo no remunerado, como el cuidado del hogar y la atención a personas dependientes, sigue recayendo desproporcionadamente sobre las mujeres. En el Reino Unido, las mujeres dedican aproximadamente 24 horas semanales a estas tareas, frente a las 18 horas que dedican los hombres. Esta desigualdad en la carga del trabajo doméstico se traduce en una mayor dificultad para las mujeres a la hora de acceder a oportunidades laborales y a un equilibrio saludable entre trabajo y vida personal.
Además, Fine señala que la división horizontal del trabajo, donde ciertos empleos se asocian a un género específico, contribuye a la perpetuación de estereotipos y desigualdades. Por ejemplo, a pesar de que el guionismo de cine podría parecer una ocupación adecuada para las habilidades asociadas a las mujeres, el 81% de los guionistas son hombres. Esta disparidad resalta la necesidad de revisar y cuestionar las normas culturales que dictan qué roles son apropiados para cada género.
La autora critica dos visiones predominantes en el discurso sobre la igualdad de género que obstaculizan un avance significativo. La primera es la perspectiva de «diferentes pero iguales», que sostiene que hombres y mujeres tienen acceso a las mismas oportunidades y, por lo tanto, no hay un problema que resolver. Esta visión minimiza las barreras estructurales que enfrentan las mujeres en el ámbito laboral y perpetúa una falsa sensación de igualdad.
La segunda perspectiva criticada es la del enfoque de diversidad, equidad e inclusión (DEI) basado en el negocio. Aunque este enfoque promueve la diversidad para mejorar la competitividad empresarial, ignora la necesidad fundamental de crear una sociedad más justa. Fine argumenta que la búsqueda de beneficios económicos no debería ser el principal motor de la igualdad de género; en cambio, deberíamos aspirar a un sistema que valore la justicia y el respeto por todos los individuos.
En resumen, la obra de Fine nos invita a reflexionar sobre cómo las estructuras patriarcales limitan nuestras posibilidades y perpetúan injusticias. La comprensión de cómo opera el patriarcado es esencial para desarrollar reformas efectivas que promuevan una mayor equidad en el trabajo y en la sociedad. La verdadera igualdad de género no se logrará simplemente a través de cambios en las políticas empresariales, sino mediante un compromiso profundo con la justicia social y la reestructuración de las normas que perpetúan la desigualdad.