
En el mundo del remo, el término «coger un cangrejo» hace referencia a cuando un remo se queda atascado en el agua, deteniendo el impulso de la embarcación. El avance hacia la igualdad de género en la famosa competición entre Oxford y Cambridge ha seguido un ritmo similar, con períodos de progreso interrumpidos por momentos de tensión o resistencia.
Este año se cumple una década desde que las mujeres comenzaron a competir en la misma ruta y el mismo día que los hombres, trasladándose de Henley-on-Thames al Tideway en Londres. En aquel momento, este cambio fue considerado un hito, con algunos, de manera algo temeraria, afirmando que había puesto fin a lo que consideraban uno de «los últimos bastiones de la desigualdad de género en el deporte». Sin embargo, la realidad es que, a pesar de los avances, las disparidades persisten.
Las investigaciones recientes sobre las experiencias de las atletas en la competición revelan que, si bien la carrera femenina se ha consolidado como parte del evento, la igualdad no se limita a tener un lugar en la competición; también implica contar con el mismo apoyo, inversión y oportunidades que sus homólogos masculinos. Una remera señaló: «Hemos avanzado, pero seguimos estando a la zaga».
De Henley al Tideway
Durante décadas, las remeras enfrentaron barreras institucionales como la desigualdad en la financiación, la cobertura mediática y la falta de patrocinio. Antes de 2015, las mujeres competían en un recorrido de dos kilómetros en Henley-on-Thames, un curso separado del recorrido de cuatro millas de los hombres en el Championship Course en el Tideway de Londres. Una remera recordó que competir en Henley se sentía «secundario», careciendo del mismo reconocimiento que la carrera masculina.
El problema no era el lugar, sino la disparidad de recursos, las instalaciones inadecuadas y la falta de exposición mediática. Una remera describió las condiciones diciendo: «No teníamos duchas, ni calefacción, ni espacio para estirarnos; solo un cobertizo frío. Mientras que los hombres tenían una mejor instalación al lado, con lo básico como hervidores y calefacción.» Esta falta de visibilidad en Henley reforzaba la percepción de que la carrera femenina era secundaria, disminuyendo sus logros.
A pesar de haber cambiado al Tideway, las remeras se han enfrentado a aguas turbulentas, no solo por las condiciones del río —como cuando el bote de Cambridge se hundió—, sino también al tener que desafiar la percepción pública. Un análisis de la cobertura mediática durante y después del evento de 2015 mostró un patrón consistente de centrarse en historias personales, momentos emocionales y la naturaleza histórica de la carrera, a menudo en detrimento del reconocimiento del rendimiento y la competitividad de las atletas.
Un estudio de 2019 reveló que los deportes femeninos recibieron solo el 3,2% de la cobertura informativa en televisión. Aunque la cobertura ha aumentado en los últimos años, las disparidades continúan. Según una encuesta de la Football Supporters’ Association de 2024, solo el 31,8% de los aficionados consideraba que había suficiente cobertura mediática de fútbol femenino. Que tales demandas sigan siendo necesarias, incluso en medio de un creciente interés, pone de manifiesto la continua marginación del deporte femenino.
Esta percepción externa también se refleja en el entorno interno de los clubes de remo. Una remera recordó: «Se sentía casi como si les incomodara que usáramos su espacio,» refiriéndose a las tripulaciones masculinas. Esto refleja un problema societal más amplio donde las mujeres a menudo sienten que deben justificar su presencia en espacios que les corresponden. Por lo tanto, la tripulación femenina no solo enfrenta el desafío físico de las aguas agitadas del Tideway, sino también una batalla continua para demostrar su legitimidad.
En años recientes, las remeras han cuestionado la tradición del «pesaje», optando por no ser pesadas, argumentando que esto somete a las atletas a una exposición pública de su peso corporal. Algunos vieron esto como un desafío a una tradición arraigada, mientras que otros consideraron que su eliminación era un paso positivo para el bienestar de las atletas, su salud mental y la imagen corporal.
Otros problemas surgieron en 2021 cuando una ex remera de Oxford criticó públicamente la gestión de su denuncia de agresión sexual por parte de la universidad, argumentando que la institución había fallado en protegerla. La universidad aseguró en aquel momento que estaba segura de que en todos los casos había tomado medidas considerables para asesorar y apoyar a los estudiantes que plantean tales preocupaciones. Aunque no estaba directamente relacionado con la Boat Race, estos casos públicos han generado controversia y planteado cuestiones importantes sobre los entornos en los que estas atletas entrenan y compiten.
A pesar de estos contratiempos, la carrera femenina ha ganado impulso. Los patrocinios han aumentado, más personas están viendo la competición y, para las remeras más jóvenes, competir en el Tideway se ha convertido en la norma. En 2015, la carrera femenina atrajo a 4,8 millones de espectadores, cerca de los 6,2 millones que vieron la carrera masculina, lo que destaca el creciente atractivo del remo femenino.
La lucha por la igualdad de género en el deporte, al igual que el remo, es una prueba de resistencia. Los avances breves, como el traslado al Tideway, no son suficientes. El cambio duradero requiere un esfuerzo continuo. La carrera femenina ha recorrido un largo camino, pero el viaje no ha terminado. La verdadera igualdad solo se alcanzará cuando el deporte femenino sea valorado por sus propios méritos, en lugar de ser comparado con el masculino. Con cada carrera, estas mujeres no solo compiten por la victoria en el agua, sino que también están ayudando a moldear un futuro más igualitario para el deporte.